Caterina ni siquiera creía en sus propias palabras.
Enrico comía en silencio, como si todo esto fuera un asunto entre Caterina y Clarissa, como si no tuviera nada que ver con él. Sin embargo, su mirada, aunque discreta, se posaba en Clarissa constantemente, lo que dejaba claro que él también valoraba su presencia.
Clarissa bajó la mirada, sacó un montón de fotos de su bolso y las tiró sobre la mesa.
Había tantas que se dispersaron al instante.
Las imágenes daban vergüenza:
En algunas, solo puro y literal porno, una pareja desnuda se besaba calientemente en la ducha.
En otras, se abrazaban en una mesa de billar.
Había fotos en oficinas, en distintos lugares, follando o abrazándose.
Las mujeres cambiaban, pero el hombre siempre era el mismo: Luca.
Un montón de fotos explícitas, una pequeña montaña de pruebas innegables.
Clarissa habló con calma, su mirada perdida hacia la nada.
—Enrico, Caterina.
Se detuvo un segundo antes de continuar.
—Estas son algunas de las “