Rivalidad

— ¿Qué pretendes? — Daia cuestiona mostrándose segura, a pesar de no estarlo.

— Ha sido un accidente — responde levantando sus manos esposadas fingiendo inocencia.

— Si claro — ella rueda los ojos y empieza a buscar su dispositivo de comunicación, pero no logra encontrarlo, entonces dirige una mirada acusadora hacia él — ¿Dónde demonios está mi radio?

En los labios de Sirio se forma una sonrisa juguetona — para ser un “agente élite” me resultó demasiado fácil tomarlo sin que te dieras cuenta.

El hombre saca el dispositivo de una de sus mangas dejándolo caer al suelo, dándole un fuerte impulso con sus manos, haciendo que se estrelle demasiado fuerte contra el piso, por lo que los pedazos salen volando por toda la habitación, dejando así a Daia incomunicada.

— Ups.

La mujer permanece inmóvil, reflexionando sobre la situación; se halla atrapada con un psicópata en una celda imposible de abrir desde adentro y completamente insonorizada, haciendo inútil cualquier intento de gritar. Su única fuente de consuelo radica en que el criminal está esposado, brindándole cierto alivio.

— Esta me la vas a pagar — lo amenaza con cierta valentía, ya que la mirada que Russo le estaba lanzando la ponía demasiado nerviosa — ¿Qué ganas con esto? No me puedes hacer nada porque tienes las esposas y en cualquier caso te mataría antes de que lo hagas tú conmigo.

El criminal suelta una breve risita y niega con la cabeza — ¿Quién dijo que voy a matarte? Oh no — se detuvo a pensar dos segundos lo que acababa de decir — bueno, no por ahora. Primero quiero jugar con mi linda presa.

Mientras, una agente caminaba por los enormes pasillos de SWSO, decidida a visitar a su amigo en su horario de guardia. Diana abrió la puerta de la sala de vigilancia con sigilo, sus pasos apenas audibles sobre el suelo de baldosas blancas. El resplandor de las pantallas iluminaba la habitación, revelando un escenario que desafiaría la credulidad de cualquiera. Emilio, el mejor amigo de Diana, estaba enclaustrado en la silla ergonómica, su cabeza descansando en un cojín improvisado de informes y papeles.

El sonido monótono de la maquinaria y la luz tenue daban a la escena una atmósfera casi surrealista. Diana no pudo contener una risa silenciosa al ver a su amigo, quien estaba atrapado en el abrazo de Morfeo mientras sus manos descansaban sobre el teclado de la consola. Decidió inmortalizar aquel momento en su memoria antes de interrumpir la tranquila siesta de Emilio.

Con pasos suaves se acercó — buenos días bello durmiente.

Emilio abrió los ojos de inmediato y los enfocó en ella, se enderezó y empezó a estirarse mientras bostezaba.

— ¿Qué diría el director si te ve en estas condiciones? — lo regaña — deberías estar vigilando a los…

Los ojos de Diana se van al monitor de las cámaras del área de máxima seguridad, logrando ver algo extraño en la celda de Russo.

— Acerca a la ventanilla de Sirio Russo — le indica frunciendo el entrecejo.

— ¿Por qué? — pregunta él mientras hace lo que dice.

Al hacer zoom, a través de la ventanilla se puede ver a dos personas en la habitación, lo que hace que se pongan alerta.

— Atención se solicitan refuerzos en la celda de Sirio Russo — alerta la agente presionando el botón de alta prioridad y saliendo de inmediato hacia el lugar.

Al mismo tiempo, dentro de la lúgubre celda de Russo, se libraba una feroz contienda de miradas. Sirio, inmutable, no desplegaba ni un mínimo gesto en contra de la mujer que ocupaba el mismo espacio. Su único acto era el meticuloso escrutinio, cada rincón de su figura era minuciosamente examinado. Sus ojos, de un inquietante color lavanda, lo envolvían como el hechizo de una sirena, intensificando con cada segundo un deseo que ardía en su interior.

Daia, en una quietud tensa, permanecía alerta a cualquier indicio de movimiento. La inmovilidad prolongada de Sirio la sumía en un desconcierto inexplicable, acrecentando la amenaza percibida. Cada instante sin acción aumentaba la presión en la atmósfera, y Daia sentía la urgencia de escapar de aquel confinamiento antes de sucumbir a una crisis nerviosa inminente.

Como si alguna fuerza celestial hubiera atendido a sus plegarias internas, la puerta se abrió, exponiendo a su compañera de escuadra y a algunos guardias listos para entrar en acción. No obstante, quedaron perplejos al percibir la serenidad de la habitación; Russo observaba la escena con total tranquilidad, a diferencia de Daia, quien, aunque inmóvil, denotaba cierto nerviosismo.

— ¿Estás bien? — pregunta la agente cibernética ingresando a la habitación — ¿Te ha atacado?

Daia se limita a negar con la cabeza, mientras suelta el aire que llevaba retenido en sus pulmones, mientras observa como los guardias examinan el lugar.

— ¿Cómo te haz quedado encerrada? — pregunta Diana.

— La puerta se ha cerrado sola en un descuido — contesta Russo llamando la atención de ambas — ¿Cierto agente?

Daia asiente de inmediato, concediéndole la razón, aunque consciente de que lo que estaba haciendo contradecía sus principios. Ella no solía mentir, pero creyó que delatarlo resultaría en un castigo injusto, dado que no la había atacado. Además, no deseaba dejarlo en una posición incómoda por su mentira.

— ¿Por qué tu radio está destrozado? — pregunta al ver los fragmentos esparcidos por toda la habitación.

Los ojos de Sirio buscan los de Daia, dándole una mirada intensa con objetivo de que no lo delatase.

— Se me ha caído, cuando intenté tomarlo antes de caer por accidente lo empujé con más fuerza y se rompió — mintió buscando aprobación en la mirada del hombre, quién correspondió a su deseo asintiendo levemente y poniendo una media sonrisa disimulada.

— Bien, lo bueno es que no pasó nada malo, vamos — Diana salió de la habitación seguida de los demás agentes, Daia le dio una última mirada a Russo antes de salir con ellos.

Al salir, ella presencia cómo su compañera cierra la puerta y da instrucciones por el dispositivo para que extiendan las esposas de Sirio. Este se aproxima a la puerta y observa por la ventanilla, cautivado por la belleza de la mujer de cabello negro. El delincuente ve cómo los agentes se alejan con las dos mujeres, una sonrisa se dibuja en sus labios al confirmar que Daia sería fácil de manipular, algo en lo que destacaba: jugar con la mente de las personas hasta convertirlas en sus marionetas.

Minutos después, el rugido de las hélices anunciaba la llegada de un helicóptero a la agencia, levantando una cortina de polvo que se disipaba lentamente en la brisa del día. Descendiendo con una precisión milimétrica, el aparato aterrizó con elegancia, revelando a la escuadra élite que emergía de su interior.

El primero en pisar tierra firme fue Kiro Cabreira, el agente cibernético, tan fresco como de costumbre con una coqueta sonrisa que lo caracterizaba. A su lado, Bryan Williams, el agente de campo, desplegaba su presencia imponente mientras ajustaba la correa de su arma. Detrás de ellos, el doctor científico Diego Velarde se movía con la gracia de un genio, sus ojos chispeando con la satisfacción de la misión cumplida.

La líder estratega, Saira Gómez, descendió con elegancia, liderando a su escuadra con una presencia que irradiaba autoridad. El comité de bienvenida, encabezado por el director general, avanzó para recibirlos con muestras de respeto. Palabras de felicitación y reconocimiento se intercambiaron en ese efervescente momento de victoria.

Justo cuando la escuadra recibió la autorización para retirarse, Saira se encontró con los ojos de color lavanda que pertenecían a su mayor rival, Daia Walton. Daia, acompañada por un grupo de agentes, no dejó pasar la oportunidad de lanzarle una mirada desafiante a Saira. Un tenso silencio se apoderó del lugar, cargado de rivalidad latente.

Saira avanzó hacia Daia, seguida por su escuadra, todos desplegando un porte imponente que irradiaba autoridad y éxito. Eran la personificación de la excelencia, con el ego elevándose hasta el cielo mientras se acercaban a ella. Sin embargo, la mujer de cabello oscuro no mostraba ni una pizca de admiración, miedo o respeto. Para ella, era igual de importante, o incluso se atrevía a decir que más.

Cuando estuvieron frente a Daia, Saira dio unos pasos al frente, quedando a una corta distancia. — Daia Walton, nos encontramos de nuevo — dijo, lanzándole una mirada cargada de odio a la mujer que tenía delante.

Frase #4

En la danza enigmática de los bits, mi curiosidad se despierta como un destello de luz en la oscuridad digital. En el vasto paisaje cibernético, me encuentro intrigada, sin conocer al enemigo que se agazapa entre líneas de código, tejiendo su misterio en la red de incertidumbre. — Diana Gautier.

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