El llamado del pasado.

La veo sollozar otra vez y le ofrezco un pañuelo, tal y como me enseñó mi madre que un caballero debe comportarse. De entre todas las visitas que podría haber esperado, la de Fátima no era una de ellas. Primero, porque si tuviera un poquito de vergüenza, no se atrevería a volver a buscarme, luego del desplante que me hizo hace un año. En segundo lugar, porque en la fiesta de mi padre hace un par de semanas, le dije que entre ella y yo no había nada, que estaba conociendo a alguien más y lo mejor que podía hacer era quitarse del camino. Ahora que está aquí, no puedo terminar de imaginar qué es lo que quiere y tampoco es que esté muy interesado, en realidad, pero no me queda de otra más que encararla.

Estoy de pie frente a mi escritorio, ambas manos apoyadas a los extremos de mi cuerpo, mientras ella se seca una lágrima traicionera que insiste en seguir saliendo.

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