Primer Encuentro

Marlote tarareaba mientras agitaba el guiso que su madre le había pedido que preparara para la cena, aunque, a decir verdad, era uno de los tres diferentes que realizaba. ¿Cómo podría una familia de cuatro integrantes comer tanto? Ni siquiera tenían mala figura. Sea como fuera, silbaba la melodía que su madre siempre usaba al cocinar. Curioso, porque la joven era todo menos amante a la música.

Carne, pollo y cerdo eran preparados simultáneamente, cada uno siendo supervisado por una cocinera diferente, aunque el nuevo cargo de Lottie y su madre abarcaban la supervisión de todas las áreas de la casa.

Lamentablemente Hendrika no había tenido el tiempo ni los recursos para estudiar en ninguna prestigiosa universidad de cocina, pero la experiencia había traído como fruto que todos sus clientes quedaran encantados con su comida y, a su vez, con la de Marlote, quien había sido enseñada con mucha paciencia por su madre. Sin un título estaba allí, colaborando con la cena que comerían los Di Mort.

La joven perdió rápidamente la noción del tiempo y, antes de darse cuenta, las otras mujeres ya estaban sirviendo los diferentes platos y saliendo de la cocina.

—¿Se me permite probar antes de que todo sea servido? —una voz que rápidamente sacó a Marlote de sus pensamientos. Era gruesa, pero sobre todo llevaba consigo mucha amabilidad—. Tiene buena pinta.

La joven por fin miró el origen de aquella voz. Demonios, ¿es que las personas de aquella casa tenían la fuente de la belleza o simplemente iba en su sangre? El chico frente a ella era peliblanco, de piel pálida pero este era un poco más oscuro que el menor de la casa. Sus ojos afilados y con tono azulado permanecían montados en la chica, quien debía ser vista hacia abajo por la diferencia de estaturas.

—Si, por supuesto, mi Lord —sí, Marlote también ubicó su rostro en el retrato del gran salón: era el hijo mayor de la familia—. Espero que sea de su agrado.

—¿Frederik te permitió que le llamaras de esa manera? —soltó en un bufido mientras colocaba la cuchara en el guiso sacando un poco—. Odia que le llamen con honoríficos —por fin el peliblanco probó lo preparado y se detuvo un momento a degustar—. Es delicioso. El nivel de sal es el indicado y los condimentos han sido usados en perfecto equilibrio —el más alto dirigió su mirada hacia la pelinegra—. Es simplemente perfecto —expulsó de forma reflexiva con su mirada detenida en la chica.

—Agradezco mucho el cumplido, mi Lord —Lottie mordió su labio recordando las palabras de la condesa—. Respecto a Frederik... no hemos tenido el...

—No mientas, Marlote. Sé que ya se han conseguido... y descuida, no soy mi madre —el peliblanco soltó un bufido—. Los títulos y estándares me dan completamente igual. Supongo que comparto ese pensamiento con Frederik, pero soy más guapo y más sexy que él —estaba claro que el ego elevado era otra característica de los Di Mort.

Fue imposible para la pecosa no soltar una carcajada. ¿Podía siquiera negar ese hecho? Frederik era muy apuesto, pero su hermano mayor tampoco se quedaba atrás. Alto, de hombros anchos, complexión más fuerte que la del menor y, para colmo, la manera elegante en la que iba vestido solo ocasionaba que la imaginación de Lottie volara muy lejos.

—Oh, que torpe he sido. Estoy hablando de mis fortalezas y ni siquiera me he presentado —el chico hizo una sutil reverencia—. Lion Di Mort a sus servicios, preciosa y joven dama.

—¿A mis servicios? No, no... —Marlote hizo un ademán de negación que logró alzar la ceja de Lion—. Soy yo quien se encuentra a sus servicios, mi Lord. Soy Marlote Meijer, hija de la ama de llaves y sirvienta de la casa.

—Ya lo sé —Lion guiñó un ojo—. Pero te he dicho que no me interesan los títulos. Para mi eres una chica hermosa que ha conseguido captar mi atención.

¿Atención? ¿La del hijo mayor de la casa? Ah, demonios, ¿podía estar pasando eso realmente? Sus mejillas enrojecieron rápidamente y se vio obligada a dejar caer su mirada. ¿Cómo rayos podría responder a algo como eso? No estaba a la altura de los Di Mort, por lo que soñar estaba prohibido. ¿Por qué seguían surgiendo situaciones que ponían a prueba la palabra que le había dado a la condesa algunas horas atrás? Definitivamente comenzaba a darse cuenta que cumplir aquello sería más difícil de lo que esperaba, comenzando porque los mismos chicos no ponían de su parte.

Fue el ruido de los pasos de las cocineras aproximándose con velocidad lo que sacó a la chica de sus pensamientos mirando rápidamente a todos lados.

—Si nos ven aquí habrán malentendidos y puedo meterme en graves problemas con tu madre —siseó entre dientes pidiéndole con sus gestos que se fuera—. Tienes que irte.

—Descuida, sé dónde esconderme —Lion la miró a los ojos mostrándole una hermosa sonrisa que denotaba exceso de seguridad—. Nos vemos en el jardín trasero a medianoche. Justo en medio de la cúpula. Allí nadie nos verá.

Y sin siquiera dejar que la pelinegra le respondiera, Lion corrió rumbo a una pequeña puerta que daba a la habitación de mantenimiento, desapareciendo a través de esta.

—¿Esta listo todo, Marlote? —inquirió la mujer que recién entraba a la cocina—. Los Di Mort aguardan en la mesa.

Asintió, sintiéndose ligeramente nerviosa. ¿Nadie descubriría su extraño encuentro con Lion? Esperaba que no ocurriera, o de lo contrario estaría en serios problemas.

—Sí, lo está —respondió mientras rápidamente comenzaba a servir junto a las demás. Definitivamente era la primera vez que tenía un trabajo como este y deseaba que todo saliera a la perfección.

Acompañó a las mujeres a la mesa, sirviendo todo de forma impecable y allí fue donde vio a su madre, de pie junto a los líderes de la casa. Angelica permanecía sentada justo al lado de su esposo, el conde Gerard Di Mort.

Se trataba de un hombre de mediana edad con el cabello parcialmente blanco. Erguido y con un porte impecable. Marlote entendía de donde había salido la belleza de sus hijos.

Lion fue quien guiñó un ojo tan pronto vio a Marlote. Esta evadió el contacto visual y, respecto a Frederik, ni siquiera se molestó en acercársele. Era la única orden expresa que tenía y no tenía planes de arruinar su trabajo.

                                                                                  ***

—¡Siento que voy a reventar! —soltó la joven Marlote mirando el impecable techo que le mostraba la habitación que se les había asignado—. Hoy he comido más que en toda mi vida.

—No olvides que todos los lujos tienen un precio, Lottie —Hendrika revisaba el guardarropa recordando que la condesa le había explicado que todo lo que estaba allí dentro era de ellas—. Y tengo el presentimiento de que el costo de esto será muy elevado.

Efectivamente la espalda de la mujer mayor dolía como el mismísimo infierno. Estar todo el día de pie como un soldado era incluso más agotador de lo que había imaginado. No solo eso, sino que se trataba de supervisar las labores del resto de las empleadas de mantenimiento y en tan solo el primer día había conseguido darse cuenta de lo holgazanas que eran algunas de ellas. ¿Conseguiría obtener el odio de estas tan pronto como comenzara a darles más trabajo?

—Solo espero que todo esto valga la pena.

—Lo valdrá, mamá —definitivamente Marlote estaba llena de ilusiones y Hendrika lo notaba—. ¡Estamos viviendo en la mansión Di Mort!

—¿Te ha dicho algo la condesa? —una pregunta que rápidamente arrancó la sonrisa que existía en el rostro de la chica.

¿Cuantas cosas pasaron por la cabeza de Marlote en ese momento? La orden expresa de la dueña, el rostro de Frederik, la maravillosa manera de hablar de Lion, la belleza comprimida en todos los miembros de la familia, las intenciones de ambos jóvenes por acercarse a ella... ah, la joven Meijer siempre tan soñadora. No fue sino hasta ese momento que recordó las palabras del hijo mayor. ¿El jardín trasero de la mansión? ¿De verdad tenía pensado asistir? La sola idea era una absoluta locura.

—¿En qué estás pensando ahora, Marlote? —Hendrika sonaba fastidiada. No era la primera vez que preguntaba algo a su hija y esta comenzaba a volar en sus pensamientos—. Tierra llamando a soñadora.

—Se ha presentado y ha dicho que confiaba en nosotras —explicó la pelinegra sentándose sobre la cama—. También me ha entregado un botón con las iniciales de su apellido.

—Es un prendedor de oro... —reconoció la madre—. No puedo ni siquiera imaginar cuánto podría costar. ¿Te ha dicho algo más? Dijo que tenía una petición especial que hacerte.

—Ah, sí. Ha pedido que me asegure de colaborar contigo en este trabajo —mintió. Sabía que si su madre se enteraba de la orden de Angelica las cosas serían más complicadas—. Parece ser que les agradamos.

Hendrika frunció el ceño. Había algo en toda la historia que escuchaba que no terminaba de convencerle, pero tampoco tenía razones para cuestionar lo que su hija decía. Se sentó por fin en su cama y comenzó a peinar su cabello oloroso a lavanda gracias al fenomenal champú que le habían dejado en el baño.

—Creo que ya debería dormir —Marlote fue la primera en dejarse caer sobre la cama, mirando el color blanco sobre ella—. ¿Mañana necesitarás que me quede contigo?

—Si, mañana si trabajaremos juntas, Lottie.

No existía nada mejor para la joven pecosa que trabajar en compañía de su madre, aunque coincidían pocas veces. Usualmente debían separarse para cubrir el mayor número de tareas a la vez y así brindar un mejor servicio, sin embargo Angelica les había contratado durante un tiempo indefinido, por lo que no necesitaba darse prisa para terminar todo en uno o dos días.

Por fin la mayor apagó las luces y, seguidamente, la pequeña lámpara que reposaba en la mesita de noche junto a su cama.

—Buenas noches, mami —se despidió Marlote ya con ambos ojos cerrados.

—Dulces sueños, preciosa.

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