Hardin
Entré en la oficina de Eliot al día siguiente. Mi cabeza aún dolía después de todo. Pasar la noche ahogándome en un bar ya no parecía tan buena idea. Mis ojos recorrieron la sala y su decoración, a punto de cambiar.
Eliot se levantó, sosteniendo un montón de papeles y metiéndolos en dos grandes cajas. Un portarretrato, una carpeta y algunas revistas indiscretas, eso era todo lo que tenía allí dentro.
– ¿Dónde está ella?
Él continuaba guardando sus cosas en las cajas de cartón. – ¿Ella quién?
– Livy. Quiero saber adónde fue. Necesito saber adónde llevó a mi hija.
– ¿Tu hija? – Eliot rio, sacudió la cabeza y volvió su atención a los papeles.
– No tengo que explicarte nada. – Sentía mi pecho ardiendo cada vez más. Me faltaba el aire, como si ella fuera mi respiración, y ahora todo se había ido. – Livy Clarke y yo tenemos que hablar.
Él levantó el cuerpo. Sus ojos me miraron, y sabía que tenía certeza de dónde estaba ella. Podría jurar que Eliot se sentía victorioso. Pero no