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—Por favor, déjalo—, gimió ella, cubriéndose la cara con las manos. —No sé dónde lo has oído, pero estoy segura de que te equivocas.

—Ellie, él me dijo explícitamente, con esas mismas palabras, que empaquetara tus cosas. Te mudas con él. Acéptalo.

—No quiero. Te he hablado de mi familia. ¿Crees que volveré a ser feliz confiando en alguien?—, suplicó. Vio que Gail se ablandaba.

—Supongo que no. Pero es un hijo de puta testarudo. Ya sabes, siendo director general y todo eso. Tendrás que hablarlo con él.

—¿Hablar conmigo de qué?

Los dos se giraron hacia la entrada al oír aquella voz repentina. Helena no pudo evitar la emoción de felicidad y plenitud que la invadió con su presencia. Ni siquiera se dio cuenta de que se había puesto en pie hasta que Gail soltó una risita:

—Sedienta.

Aunque no sabía lo que eso significaba, sabía que no era un cumplido. Golpeándose el hombro, se dirigió hacia Henry. Él estaba sacando todo lo que había comprado y le sonrió cuando se reunió con él en la mesa de
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