Alessandro intenta respirar profundo para controlar el deseo que le causa agitación y un hormigueo demasiado desesperante. Kim, quien solo esperaba que su esposo atacara, cruza sus piernas, mientras finge planchar su blusa.
— Sal — dice Alessandro y de inmediato, el conductor parquea el auto y corre lejos del auto, como si hubiese una bomba a punto de estallar.
Y eso eran sus jefes. Dos bombas que estallaba mediante gemidos y orgasmos que siempre terminaban dejando evidencia en las sábanas o ropa. Por eso, el conductor llamó a uno de los guardaespaldas y pidió ropa para ambos.
Lo que habían vivido en el aeropuerto, los había enseñado a estar listos con ropa para ambos. Por otra parte, dentro del auto, Alessandro volvió a subir el vidrio, mientras Kim, intentaba no burlarse por la situación.
— Entonces, a mi esposa le gusta jugar con mi estabilidad mental, ¿no es así? — pregunta Alessandro quitándose su saco.
— No sé de qué hablas.
La bragueta de Alessandro se baja y ello hace que Kim