Mariana se detuvo un momento. Cuando las puertas del ascensor se abrieron, se quedó mirando a Walter por un buen rato.
Su "gracias" le sonó tan extraño.
Era raro; debería aceptar esa extrañeza, pero, de alguna manera, no quería que Walter fuera tan cortés con ella.
Mariana caminó adelante, mientras Walter la seguía en silencio.
Ella le preguntó: —¿Con tu mano así, aún puedes conducir?
Él levantó la mano y, casi por instinto, respondió: —Sí, no es nada grave.
Mariana entrecerró los ojos. ¿No era nada grave?
Walter también se dio cuenta de que, con su mano en ese estado, no podría llevar a Mariana.
—Mariana —Walter la llamó y dijo—. Voy a llamar a un chófer.
—¿Y nosotros para qué? ¿No sería mejor que tomara un taxi de regreso? Así no te incomodo.
—¿Incomodarme? —Walter no se sentía en absoluto incómodo.
Estar con Mariana, aunque solo fuera un instante, lo hacía muy feliz. Justo al llegar al vestíbulo del hospital, Mariana se encontró con un conocido.
—¡Eh, Mariana!
Mariana se detuvo, un