Mariana se enfureció tanto que hasta soltó una risa. Al parecer, sólo los inútiles intentan controlar la vida y la muerte de otros.
—Está bien, inténtalo —dijo, su rostro mostrando una calma glacial.
—¿Me estás amenazando? —el hombre abrió los ojos de par en par, mirando fijamente a Mariana, respirando con dificultad mientras preguntaba— ¿Crees que no me atrevo?
La mujer en el suelo luchó por levantarse y se aferró a la pierna del hombre, negando con desesperación.
—Doctora, gracias, pero... no quiero seguir con el tratamiento, de verdad no quiero —dijo entre sollozos.
Sus ojos estaban inyectados en sangre y sus mejillas marcadas por las lágrimas, hasta el punto de que Mariana no podía ver las huellas del tiempo en su rostro.
—No quiero seguir. Me voy a ir a casa contigo, te obedeceré y haré lo que tú digas... —la mujer abrazó la pierna del hombre, suplicando con voz temblorosa— ¿Vámonos a casa, por favor?
Le rogaba que dejara de hacer escándalo; sólo quería escapar de ahí y dejar de s