Cuando Mariana regresó con Felipe, Walter ya la estaba esperando en el pasillo.
Ezequiel se veía muy débil, y la enfermera no recomendó que hablara demasiado con él para que pudiera descansar. Así que Mariana dejó las cosas en la habitación y salió.
Walter estaba agachado, jugando con el niño. No sabían de qué hablaban, pero Felipe reía a carcajadas, disfrutando muchísimo. Su carita era tan blanca, y cuando sonreía, mostraba un pequeño diente de leche que lo hacía aún más adorable.
Mariana le acarició el cabello y se agachó junto a él.
El pequeño preguntó: —Tío guapo, ¿ya te perdonó la hermana?
Mariana se sorprendió; el niño realmente tenía buena memoria. ¡Recordaba lo que habían dicho el día anterior!
—No, ¿qué hago? —Walter respondió con un tono que mostraba un poco de desesperación.
Felipe sonrió travieso mientras chupaba su paleta. Luego metió la mano en su bolsillo y sacó un anillo.
Walter y Mariana se quedaron asombrados. ¿De dónde había sacado ese anillo?
—Entonces, dáselo a la