Cuando Walter vio a la persona en la puerta, su corazón se hundió un instante.
Una mezcla de sorpresa y desconsuelo lo invadió.
Sorpresa porque ella había llegado, y desconsuelo porque, por fin, se había presentado.
Walter nunca había esperado a nadie con tanto anhelo como a Mariana, quien era la única que deseaba estar a su lado con tanta intensidad.
—¿Sabías que vendría? —preguntó, con la voz baja y rasposa, como si le doliera.
Mariana lo miró, sus ojos reflejaban calma.
Los ojos de Walter estaban enrojecidos, la fatiga acumulada y una noche sin descanso lo hacían sentir roto.
Vestía una camisa blanca, la corbata deshecha, y su aspecto mostraba su agotamiento.
Sin embargo, la sorpresa en su mirada al ver a Mariana no podía ocultarse.
—¿Señor Guzmán, te sientes mal? —preguntó Mariana, con un tono perezoso.
—¿No debería sentirme así? —replicó él.
Mariana sonrió. —Esperar a alguien puede ser realmente largo. Pero es una lección de vida que debemos aprender.
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