Ellos me quieren.
Es casi imposible de creer, un hombre que desea a alguien como yo, una camarera que no se esconde junto al marcador de millas 132, pero es real. No hay que confundir la forma en que me tocan, no hay lugar para la duda. Es más, no es solo él, sus dos amigos más cercanos me anhelan con el mismo hambre.
Respiro y lo sostengo, dejando que se estire apretado a través de mi pecho.
Si el deseo tuviera un aroma, sería el aroma que se aferra a ellos: lujoso, peligroso y embriagador. Se aferra como una segunda piel: oscura, dominante, imposible de ignorar. Encarnan todo lo que el perfume promete. Dominante. Fuera de los límites. Consumiendo todo. Juntos, difuminan las líneas entre la lógica y la locura, seduciendome para que renuncie a la poca restricción que me queda.
Sy me gira suavemente, sus ojos se fijan en los míos, esa mandíbula esculpida apretada tan fuerte que juro que escucho la tensión romperse. Hay un incendio forestal detrás de su mirada, ardiendo directamente a t