MATTEO
Mi chica es natural, deslumbra toda la sala. No solo con su ingenio rápido y su lengua afilada, sino porque exprime a esos viejos ricachones hasta dejarlos secos. Les quita el dinero con una sonrisa pícara y una palabra sucia. No saben cómo tomársela, porque ella no se guarda nada. Es grosera, es ruidosa, y es jodidamente perfecta.
Limpia la mesa de póker y se sienta en su silla como una maldita reina, con las piernas cruzadas y dejando ver esas largas y delgadas extremidades que hace poco estaban enredadas alrededor de mi cabeza. Saber que no lleva bragas me mantiene en un estado constante de excitación, y eso sin mencionar lo condenadamente buena que es. Una chica hecha a mi medida.
Sabe cuándo retirarse y cuándo farolear.
Es condenadamente sexy. Nuestras serpientes brillan en sus orejas y en su cuello, marcándola como nuestra. Divido mi atención entre ella y la multitud, buscando amenazas. Normalmente no me importaría, incluso disfrutaría una buena pelea, pero estando ella c