Al final, las copas de vino quedaron vacías y Scarlett no llegó a probar ni una gota.
—Necesito irme —dijo Sebastián, enormes gotas de sudor rodando por su frente y desaparecían en su cuello—, cierra la puerta con llave y espera dentro. No te pasará nada.
—¿Y si me pasa algo, se supone que debo hacerte responsable después? —Se burló Scarlett con frialdad, notando que el rostro del hombre palidecía un grado más.
—¿Preferirías que te atara? —Pronunció palabras amenazantes, pero parecía que apenas podía caminar, mucho menos someterla por la fuerza.
Ella sabía que no toleraba el alcohol. ¿Pero estaba así solo por dos copas de vino?
Con los labios curvados, Scarlett se abrió un poco el cuello de la blusa, provocando al hombre mientras escondía la foto bajo su sujetador. No pasó por alto cómo la nuez del hombre subía y bajaba ante su movimiento, y que sus ojos desenfocados se clavaban en ella. En esos ojos no había lujuria sucia, sino una especie de deseo limpio y devoto.
—No me pongas a pru