—¡Lo siento mucho! Solo... ¡quería llegar a los coches! —balbuceó Scarlett entre sollozos mientras intentaba articular palabras.
—Lo sé, pequeña, lo sé —el hombre no se detuvo, sino que comenzó a empujarla en dirección al armario—, ¡y lo hiciste genial! ¡Estarás a salvo, no te preocupes!
Scarlett sabía que solo intentaba consolarla. Obviamente había empeorado la situación. Si Sebastián había logrado hacer algo antes, ella lo había arruinado todo a estas alturas.
—Lo siento... —Scarlett no encontraba nada más que decir. Solo esa palabra lograba salir de su boca.
—Eh, eh, eh, ¿estás bien? No estoy enfadado contigo. Si la policía no llega a tiempo, ¡los coches habrían sido nuestra mejor opción! —Sebastián le sujetó el rostro, inclinándose para buscar su mirada. La miró fijamente a los ojos, haciendo que ella viera en los suyos solo calidez y genuina preocupación—. Lo hiciste genial y casi lo logras. Me alegro de que no estés herida. Métete ahí.
—¿Aquí? —Scarlett retrocedió hacia el armari