—Te lo dije, no busco tu dinero ni tu empresa —repuso Scarlett con calma, dejando caer la tarjeta sobre la mesa.
—Entonces, ¿qué buscas? ¿Por qué estás aquí con una tarjeta para ayudarme a no quebrar? —dejando que la tarjeta rebotara en la mesa, Sebastián le agarró la muñeca antes de que pudiera retirarla. Se inclinó tan cerca que ella pudo oler su colonia, bajando la cabeza para clavar sus ojos en los de ella mientras su susurro le paralizaba el cuerpo—. ¿Por qué te importa... señora... Knight?
—¡No soy...! —Scarlett intentó zafarse de su mano, pero se detuvo a mitad de su arrebato, mirándolo furiosa como un pez globo inflado.
Sebastián curvó sus labios. —¿No eres la señora Knight? Lo sé.
Scarlett no respondió.
—Me odias, ¿verdad? —declaró Sebastián, ocultando bien el dolor en su voz—. Me odias tanto que no quieres tener nada que ver conmigo, aunque te esté entregando todo lo que tengo. ¿Por qué no lo dices en voz alta?
Scarlett bajó los párpados para evitar que él viera a través de e