La mañana se presenta nublada, como si el cielo mismo compartiera el peso del mensaje que está por llegar. Eleonora se encuentra en los jardines del palacio, podando las rosas que han comenzado a marchitarse con la llegada del otoño. El crujido leve de las hojas bajo sus pies la mantiene conectada al presente, pero su mente viaja, inquieta, sin razón aparente. No pasa mucho tiempo antes de que una doncella se le acerque con expresión contenida y mirada baja.—Su Majestad —dice la joven con voz suave—. Lamento interrumpirla, pero acaba de llegar un mensaje urgente para usted desde su casa paterna.Eleonora la observa en silencio por un instante. Sabe, antes incluso de que la doncella se lo entregue, que se trata de su madrastra. Toma el pergamino, lo desenrolla con cuidado, y comienza a leer. Sus dedos tiemblan ligeramente. Las palabras son pocas, frías en su objetividad: "Lady Celia ha fallecido en la madrugada. Su cuerpo espera los ritos de despedida."No hay detalles. No hay adornos
La muerte de su madrastra aún flota como un susurro entre las estancias del palacio. Aunque Eleonora ha logrado soltar el peso de aquel pasado, el duelo aún la acompaña en el silencio de la noche, en el crujir de la madera al caminar, en los días que parecen más lentos de lo habitual. Pero la vida tiene sus propios designios. Y, a veces, cuando menos lo esperan, los ciclos se cierran con una promesa de luz.Una mañana cualquiera, Eleonora se despierta con un cansancio extraño. No es abatimiento por la pérdida reciente, ni siquiera la melancolía que le ha rondado. Es algo diferente. Más físico. Su cuerpo, por lo general ágil y dispuesto, se siente más pesado. La boca le sabe metálica. El olor del té de hierbas le revuelve el estómago y el aroma del pan recién horneado, que siempre le ha encantado, la obliga a cubrirse la nariz.Al principio no le da importancia. Se lo atribuye a los días difíciles que ha vivido. Pero pasan las horas, y cuando sube las escaleras de la biblioteca siente
El embarazo de Eleonora no solo transforma su cuerpo, sino que convierte al reino entero en una extensión de su corazón palpitante. La noticia ha encendido una llama de esperanza en cada rincón de Elyndor, y ese calor alcanza a todos: desde los salones del palacio hasta los campos dorados donde los campesinos cosechan el trigo. La reina espera un hijo, y con él, un futuro.Desde el anuncio, Alejandro se convierte en un hombre nuevo. Siempre fue protector, pero ahora lo es con una devoción casi sagrada. Ya no delega asuntos que antes consideraba importantes. No. Se asegura de estar presente en cada momento, cada antojo, cada sobresalto o sonrisa de Eleonora. Se levanta con ella por las mañanas y no se acuesta hasta que ella duerme tranquila. Él mismo organiza sus comidas, se asegura de que coma a sus horas y que cada platillo tenga lo que Brígida sugiere para nutrir el cuerpo y el alma.—Este hijo será fuerte, como tú —le dice Alejandro una tarde, mientras la ayuda a bajar lentamente d
El sol aún no se ha elevado del todo cuando las campanas comienzan a sonar.Un eco suave primero, como un susurro que despierta al reino con delicadeza. Luego, un repique creciente que se derrama por los campos, las plazas, los caminos, los corazones. Hoy no es un día cualquiera. Hoy es el día en que el heredero de Elyndor será presentado ante el pueblo. El hijo de Eleonora y Alejandro. El hijo del amor, del destino cumplido.El palacio se viste de blanco y oro. Las telas cuelgan desde las torres como cascadas de luz. Flores frescas inundan los pasillos, los balcones, los peinados de las mujeres y las túnicas de los nobles. Se respira un aire solemne, pero festivo. El pueblo entero se ha congregado frente al gran balcón real. Nadie quiere perderse el momento.Y entonces, las puertas del palacio se abren.Primero avanza la Reina Madre, vestida con una capa color marfil. Su rostro, tan sereno como fuerte, refleja el orgullo de generaciones. Luego, los miembros del Parlamento, esta vez s
Las paredes blancas del hospital se abren paso mientras la camilla avanza a toda velocidad.—¡Código azul, código azul! —grita la enfermera con desesperación. El sonido de sus pasos retumba en el pasillo. Su corazón late con fuerza. Clarisa no es solo una paciente, es su amiga desde el colegio, y verla en ese estado deplorable le hiela la sangre.El obstetra logra estabilizarla por un momento, pero sabe que está caminando sobre una cuerda floja. Si no actúa de inmediato, la perderá. Conoce a Clarisa desde hace cinco años y, más allá de la relación médico-paciente, la estima como a una amiga. Siente un profundo respeto por ella y por Philip, su esposo.—Marcela, debemos actuar ya. Tu hija no aguantará por mucho más tiempo —las palabras del médico arrancan a la mujer de su ensimismamiento. Está tan aterrorizada que apenas asimila lo que ocurre a su alrededor.—Tenemos que esperar a Philip. Clarisa no quiere dar a luz sin él —dice Marcela con la voz temblorosa. Sabe que está tomando un r
Clarisa hiperventila. El aroma denso a hierbas la envuelve como un manto pesado y asfixiante, recordándole los funerales. Su cabeza da vueltas. No entiende nada. ¿Dónde está? ¿Quién es esa joven que la observa con el ceño fruncido y la cabeza gacha? —Mi lady… ¿por qué quiso quitarse la vida? —La doncella habla en voz baja, como si temiera ser escuchada. No debería ser tan atrevida, pero necesita confirmar sus sospechas. Un escalofrío recorre la espalda de Clarisa. ¿Quitarse la vida? Nunca lo haría. No ahora. No después de tanto luchar para convertirse en madre. Solo aquella vez, aquella terrible vez, había deseado morir. Aquella noche en la que él se fue. —No sé quién eres, pero te aseguro que, aunque quisieran matarme, me aferraría a la vida como una garrapata a su presa —su voz suena firme, aunque temblorosa por el llanto—. No he hecho tal cosa. La doncella asiente con convicción. —Lo sabía. Fue su madrastra. Ella le dio ese té siniestro y… —¿Madrastra? —Clarisa la interr
Clarisa sacude la cabeza con brusquedad. ¿Escuchó bien?—¿Cómo me llamó? —intenta que su voz suene firme, pero un leve temblor la traiciona.Brígida sonríe, una risa áspera que no se molesta en ocultar.—Clarisa. Aunque, para ser precisos, debería llamarte Eleonora. Ese es tu nombre ahora. —Su mirada penetrante examina cada reacción de Clarisa—. Pero sería mejor que te acostumbres cuanto antes. Tu bien y tu seguridad dependen de ello —Su tono se endurece –Debes entenderlo de una vez: tu presente es tu pasado, y tu pasado es ahora tu presente.Clarisa no parpadea. Sus ojos recorren el rostro de la mujer con desesperación, buscando alguna señal de empatía. Quizá esta extraña pueda ayudarla.—Señora, ¡por favor, ayúdeme! No sé dónde estoy. Necesito regresar con mi hijo. Mi familia me espera. —La súplica en su voz es desgarradora.Brígida ladea la cabeza y, por un instante, su expresión se suaviza.—Esa vida ya no te pertenece —Sus palabras son un golpe seco –Tu alma eligió regresar a est
Julie espera expectante la llegada de Eleonora. Estas salidas con Brígida son recurrentes, al igual que el hecho de que nunca le permiten acompañarlas.—Mi lady, su baño está listo. Debe descansar. Solo faltan unos días para su boda, y debe lucir maravillosa —dice Julie con entusiasmo mientras prepara el agua perfumada.Eleonora la escucha en silencio, pero una emoción desconocida empieza a crecer en su interior. Por primera vez en esta vida, se siente ansiosa por su futuro esposo. La sensación es extraña, dulce, y a la vez inquietante.Sin decir nada, camina hacia su habitación con la certeza de que no podrá escapar de ese destino.Esa noche, después de cenar, se recuesta en su cama, pero los sueños la invaden una vez más. Esta vez, sin embargo, no son pesadillas.Dos niñas juegan en los prados del palacio. "Eleonora, siempre te voy a querer", dice una mientras abraza a la otra. Un perro cachorro corre a su alrededor mientras ambas recolectan flores.El sueño cambia de golpe. Ahora e