La reina Syllia en cuanto cruza el umbral de la Villa del Heredero, enfoca sus pensamientos en un solo asunto: Edward. Su esposo puede seguir sumido en su orgullo, pero ella está decidida a restablecer la paz con Elyndor. Ya dio el primer paso con la visita al palacio real, y ahora necesita que su hijo esté a la altura.

—¿Dónde está el príncipe Edward? —pregunta al mozo que los recibe.

El joven se inclina con respeto.

—Salió a dar un paseo a caballo, alteza, dijo que volvería pronto… pero ya han pasado varias horas.

Syllia frunce el ceño, preocupada. Leonel, que acaba de entrar tras ella, se gira bruscamente.

—¿En qué caballo salió?

—En Tempestad, señor.

Leonel palidece. La sangre se le escurre del rostro por un segundo antes de explotar.

—¡¿Cómo se te ocurre dejar que monte ese animal?! Tempestad no es para cualquiera, y mucho menos para alguien que no lo conoce con anterioridad. ¿No sabes que ese caballo ha tirado jinetes experimentados?

—Perdón, señor. El príncipe insistió… no pude