Capítulo 3
Su comentario venenoso atrajo la atención de todos, que esperaban verme hacer el ridículo. En ese momento, Salvatore entró en el salón, empujado en silencio en su silla de ruedas, y se detuvo a mi lado.

Observé su cara demacrada y sus piernas, casi siempre dependientes de la silla de ruedas, y una sensación extraña me recorrió.

Recordé la conversación que tuve con el señor Michael tres días atrás, cuando fui a verlo en privado. Le dije que no elegiría a Giovanni. Que ya había decidido: quería a su sexto hijo, Salvatore.

El señor Michael no cuestionó mi decisión. Solo me pidió que mantuviera discreción hasta que fuera el momento oportuno para anunciar el compromiso a todos los capos de Nueva York.

Ese recuerdo me hizo tragarme las palabras. Salvatore no dijo nada. Me dedicó una mirada fugaz, casi indiferente, y luego le indicó a la persona que lo empujaba que se retiraran.

De regreso, Eleanor y yo compartimos el carro.

Movía la muñeca como un gesto triunfal, presumiendo la pulsera que Giovanni le había regalado. Sus perlas brillaban con la luz.

—Aunque te cases con Giovanni, ¿qué más da? Él no te quiere. La que de verdad le importa, la que lo vuelve loco, soy yo. Me lo dijo él, que todo de mí le fascina y que siempre me va a querer.

Para el resto del mundo, Eleanor siempre fue la imagen de la inocencia, una santa. Pero en privado, conmigo, nunca dudaba en sacar las garras.

Verla así me transportó a mi vida pasada, al momento en que los descubrí a ella y a Giovanni en la cama.

Ella temblaba, con la cara hundida en el pecho de Giovanni, mientras él la abrazaba con fuerza, como si temiera que mi furia la alcanzara.

Lo que no es para mí, no lo quiero. Esa fue la promesa que me hice en el instante en que volví a nacer. Por eso, en esta vida, decidí que iba a dejarlos estar juntos y ver cuánto duraba ese "para siempre" de Giovanni.

Sonreí con indiferencia.

—Sí, yo también creo que te quiere. Así que más te vale crecer rápido, no lo hagas esperar mucho.

Mi indiferencia la sacó de quicio. Se rio con malicia.

—¡Deja de fingir! ¡Sé que te mueres de celos! Pero el amor de Giovanni jamás va a ser tuyo.

***

El tiempo pasó, y con él llegó la Navidad.

Siendo la primogénita de la familia Vinci y la futura nuera predilecta del señor Michael, mi padre me encomendó la tarea de llevar los regalos navideños a la familia Carlo.

Apenas puse un pie en la propiedad de los Carlo, me encontré con Eleanor, que llevaba días sin aparecer por casa.

Llevaba un vestido carísimo de edición limitada y joyas deslumbrantes; parecía más la dama de sociedad que yo.

—¿Te gusta? —presumió—. Todo me lo regaló Giovanni. Dice que soy la mujer más guapa del mundo y que merezco lo mejor. A mí no me gusta tanto lujo, pero bueno, él insiste...

Intenté pasar por un lado, pero me cortó el paso.

—Solo quería compartir mi felicidad contigo, ¿por qué pones esa cara? Ya sé que estás celosa, pero él me quiere a mí y no a ti, ¿qué puedo hacer?

Acto seguido, puso cara de víctima y, frotándose los ojos, comenzó a llorar. Cuando intenté apartarla, se tiró al suelo y empezó a llorar aún más fuerte.

—¡Me pegaste! ¡Siempre que estás de malas me pegas y me gritas!

Sus sollozos atrajeron a Giovanni. Sin siquiera preguntar, me dio un empujón que me hizo trastabillar.

—¡Stella, eres una maldita víbora! Eleanor es un ángel que te aguanta todo, ¿y tú te aprovechas para lastimarla?

Los miré y no pude evitar reírme.

—¿Que yo la molesto? Giovanni, creo que de tanto acostarte con cualquiera se te nubló el juicio. Y tú, Eleanor, qué manera de tirar a la basura todo lo que mis padres te dieron. Con razón dicen que la sangre llama... tan chica y ya con esas maneras tan corrientes...

No había terminado de hablar cuando sentí una cachetada en la mejilla derecha.

Fue Giovanni. El golpe vino con toda la fuerza de su brazo, tan brutal que me partió el labio y me dejó un zumbido agudo en los oídos. Pero ni eso le pareció suficiente; para él, me lo merecía.

—¿Ya terminaste? Discúlpate. ¡No le puedes hablar así a Eleanor!
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