Llegó el día de mi fiesta de cumpleaños.
Giovanni no se acercó hasta que los patriarcas de la familia se hubieron retirado. Llegó del brazo de Eleanor, sin remordimiento.
Ella tenía las mejillas encendidas y parecía que apenas podía seguir en pie. Él, por su parte, lucía una marca roja y evidente en el cuello y una actitud de satisfacción pura.
Era obvio lo que habían estado haciendo.
En mi vida anterior, yo ya habría armado un escándalo.
Les habría exigido una explicación sin que me importara nada más, preguntándoles por qué me hacían algo así.
Y para rematar, en mi cumpleaños.
Era el hombre al que había perseguido durante cinco años, aquel que todo el bajo mundo de Nueva York sabía que se convertiría en mi esposo. La otra era mi hermana adoptiva, la segunda heredera de la familia Vinci, a quien mis padres habían acogido y tratado siempre como si fuera su propia hija.
¿Cómo podían tener una aventura con tanto descaro? ¿Cómo es que no se detuvieron a pensar en mí? Pero esta vez, me limité a dedicarles solo una mirada indiferente y seguí conversando como si nada.
Giovanni se dio cuenta de que los miraba y puso a Eleanor detrás de él, como si esperara que yo estallara en cualquier momento.
Al ver que no reaccionaba, pareció fastidiarse. Apartó a Eleanor, se acercó a mí y dijo con sarcasmo:
—¿Y esa actitud, Stella? ¿Ahora te la das de comprensiva para que no cancele la boda? Aunque pensándolo bien, me conviene. Yo voy a ser el líder de la familia. Sería un desperdicio de vida quedarme solo contigo, ¿no crees? Necesito mujeres interesantes para pasar el tiempo. Qué bueno que por fin te portas a la altura. Ten, un regalito para ti.
Mientras hablaba, sacó una pequeña caja de joyería. Eleanor interrumpió con un tono de envidia:
—¿Esa no es la pulsera principal de la subasta de hace dos días? Mi papá ya le compró demasiadas joyas a mi hermana. Ay, Giovanni, cómo la consientes.
Giovanni retiró la mano al instante.
—Es cierto. Eleanor, tú también mereces tener cosas bonitas, no solo tu hermana. Ella ya tiene de sobra. Toma, es para ti.
Ella me miró, fingiendo dudar.
—Pero es el regalo de cumpleaños de mi hermana...
La consoló con un tono protector:
—No importa. Si se va a casar conmigo, va a tener que acostumbrarse a mis reglas. Y yo digo a quién se la doy. Yo te cuido, no voy a permitir que vuelva a pasarse de lista contigo.
Luego se volteó hacia mí, y dijo con desprecio:
—La pulsera es de ella, ¿tienes algún problema? Ya acepté casarme contigo, no quieras pasarte de lista.
Sus palabras humillantes provocaron risas burlonas entre los invitados que nos rodeaban.
Las risas a mi alrededor me dolían profundamente. Siempre había sido así.
Con tal de estar con él, yo, la mismísima heredera de la familia Vinci, estaba dispuesta a renunciar a toda mi dignidad y arrastrarme a sus pies como una perra.
Una vez que fui a la mansión de la familia Carlo para entregar un mensaje, se desató una tormenta terrible.
Él me lanzó una de sus chamarras para cubrirme. No solo la guardé con mucho cuidado durante años, sino que, en los momentos en que la obsesión por él me superaba, la olía en secreto. Cuando lo descubrió, me escupió con asco.
—Pareces una perra en celo. ¿No tienes ni un poquito de dignidad?
Él pisoteó mi dignidad, pero a mí lo único que me dolió en ese momento fueron los golpes que recibió del señor Michael cuando lo escuchó decir eso.
Después de eso, se dedicó a contar la historia a todo el mundo, adornándola a su gusto. Así fue como, para muchos, me convertí en una perra desesperada y sin valor.
Pero si yo era una perra, ¿entonces qué eran él y Eleanor? Las marcas de su pasión aún eran visibles en sus cuerpos. Un par de animales incapaces de controlar sus impulsos. Solo mirarlos me daba asco.
Me di la vuelta, dispuesta a irme, pero Giovanni me cerró el paso.
—¿Qué pasó? ¿Ya no puedes fingir? Sabía que una mujer tan celosa y rastrera como tú no podía ser comprensiva en realidad.
Me sujetó la muñeca con fuerza. Tiré de mi brazo para liberarme.
—Giovanni, al menos respétame un poco frente a los demás.
Él se rio con burla.
—¿Primero te haces la madura y ahora la digna? ¿No es esto lo que siempre has soñado, que te toque? Si eres tan digna, entonces deja de meterte en mi cama y rogarme que te coja, aunque me dé un asco terrible.
No pude más y lo interrumpí:
—¡Te lo digo por última vez, respétame! ¡Jamás he dicho que quiera casarme contigo!
En cuanto mis palabras resonaron, se hizo un silencio absoluto a nuestro alrededor. Un segundo después, el silencio fue reemplazado por una explosión de carcajadas.
—¿Ah, no? ¿Y entonces con quién piensas casarte? Todos aquí saben que te mueres por mí. Aparte de mí, ¿quién más te querría?
—Bueno, pensándolo bien... quizá mi hermano menor, Salvatore, no te rechazaría.
Al hablar, pareció recordar algo. Después de una breve pausa, sonrió de una manera aún más cruel.
—A él casi lo dejan paralítico por culpa de un ataque de una familia rival. Siempre está enfermo y débil. He oído que hasta quedó impotente. Ninguna mujer quiere casarse con él. Una mujer despreciable que nadie quiere y un lisiado al que nadie quiere... creo que harían una pareja perfecta.