Era la escena con la que siempre había soñado, pero ahora solo me provocaba asco.
—Ahórratelo. No estoy ciega, es obvio que te gusta Eleanor.
Me di la vuelta para irme. Pero él me cerró el paso, con los ojos enrojecidos.
—No, por favor, ¡escúchame! Todo es un malentendido. ¡A quien quiero es a ti! ¡Nadie me importa más que tú!
Pero yo ya había muerto una vez, así que no iba a caer tan fácil en sus mentiras.
—¿Ah, sí? ¿Y quién fue el que me dijo que después de casarnos no me metiera en sus asuntos?
—¡Era una broma! ¿Cómo crees que sería capaz de hacerte algo así?
Suplicó, con una actuación de sinceridad. Su insistencia me repugnaba, pero fue Eleanor la que se puso nerviosa al escuchar.
—¡Giovanni! ¿Por qué dices eso ahora? ¡Me aseguraste que a quien querías era a mí, que te ibas a casar conmigo! Si no, yo jamás…
—¡Cállate!
Temiendo que revelara algo más que pudiera enfurecerme, le dio una cachetada con más fuerza que la que usó conmigo.
—¡Zorra! ¡Tú fuiste la que me sedujo y la que nos