Capítulo 206.

—Solo tengo una pregunta —inquirió el teniente Garza, como era conocido el sujeto que presionó la espalda contra la pared, mientras sujetaba su hombro. La herida de bala sangraba y ardía como un maldit0 pedazo de hierro puesto a las brasas y enterrado en la piel.

El humo de la pólvora le hizo respirar por la boca. Sus botas pisaban casquillos, y sus hombres apenas respiraban ante la alteración de todo su entorno luego de la ráfaga de balas que los atacó sin previo aviso.

—¿Cómo ching@dos supo dónde encontrarme? —escupió con furia, girando la mirada de uno a otro—. ¿Quién de ustedes habló, carajo?— todos se vieron unos a otros —. Si me entero que uno solo vendió mi ubicación... lo reviento aquí mismo y luego le mando los restos a San Pedro.

Uno de los suyos intentó balbucear algo, pero se tragó las palabras cuando la mirada del Coloso se le clavó como navaja.

—Rodearon toda la comisaría, teniente—, habló su mano derecha—. No creo que sea un cartel enemigo.

El Coloso lo miró con el ges
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