No podía creerlo. Dalma Morelli. Mi hermana menor. Mi rival. Mi peor odiadora estaba frente a mí.
Y no solo ella, Antonio Rodríguez, el hombre del que también huía, estaba sentado con ella, recostado como si perteneciera a ese lugar. Se me heló la sangre, mis pensamientos se dispersaron mientras intentaba procesar lo que veía.
Miré el rostro de Lino, buscando cualquier indicio de que no sabía lo que estaba pasando, de que estaba tan sorprendido como yo. Pero su expresión era indiferente, fría e indescifrable. Era imposible que no reconociera a Dalma Morelli. Tenía que saber quién era, la mano derecha de mi padre, famosa por su crueldad. Estaba loca y desquiciada, y ahora estaba aquí, en su casa.
Tenía que saberlo. Ahora habría atado cabos y habría descubierto que éramos parientes.
El corazón me dio un vuelco; el miedo y la incredulidad me recorrieron las venas, haciéndome sentir débil. Di un paso atrás, mi espalda chocando con la sólida figura de Jackson. Su presencia, antes reconfort