Punto de vista de Juan
Me acosté en esa cama en una habitación nueva, sintiéndome extraño mientras miraba el techo. El aroma desconocido a lavanda y cedro llenaba el aire, diferente del aroma a ciruelas que María siempre ponía en mi habitación en la otra casa. Era algo. Me había acostumbrado. La cama era lujosa, cubierta con sábanas suaves que me envolvían como un capullo, pero la comodidad no aliviaba mi mente atribulada. El techo con dibujos de ángeles me tranquilizaba. Si tuviera ángeles guardianes, nunca me habría encontrado en una situación tan diferente. Mi hermano no estaría muriendo también en esa habitación de hospital. Apreté el puño y me giré hacia el otro lado para mirar la ventana.
Estaba cerrada.
Había insistido en que, aunque estuviera tres pisos arriba, no podía arriesgarme a ver a Carmela. No. No podía volar, pero cualquier cosa le serviría para entrar. La gente que la acompañaba era una pandilla. Los tatuajes de pájaros... Los reconocí. Eran de la mafia de mi padre.