Capítulo 100
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Me quedé sentada en silencio, mirando la puerta que Antonio había cerrado de golpe tras él. La habitación se sentía más fría, vacía, como si cada ápice de calor hubiera desaparecido con él. Estaba sola.
Suspiré, presionándome los ojos con las palmas de las manos, intentando acallar el torbellino de emociones que me arañaba por dentro. Odiaba que me hubiera dejado así. Odiaba los secretos, las mentiras, la sensación de ser apartada cuando más necesitaba respuestas. Y lo peor de todo, odiaba que todavía deseara que volviera, que arreglara esto.
Pasaron los minutos, quizá horas; ya no podía distinguirlo. Pero entonces, el crujido de la puerta al abrirse me sacó de mis pensamientos. No necesitaba mirar para saber quién era.
Antonio.
Podía sentir su presencia detrás de mí incluso antes de que hablara. No me giré.
“Dalma…”
Su voz era suave, cautelosa, como si no estuviera seguro de si me desmoronaría en cuanto dijera mi nombre. Quizás sí. Me quedé callada.
“No debí irme