La sala de espejos en la que se reunía el consejo rival era fría como un sarcófago. Las paredes de obsidiana reflejaban rostros impasibles; la luz, filtrada en hilos rojos, convertía en sombras incluso las palabras más suaves en amenazas. El que había hablado —un vampiro alto con cicatrices que cruzaban su rostro como mapas de antiguas guerras— dejó de mirar el reflejo para clavar su vista en los otros dos líderes.
—Si la clave es la sangre híbrida, no podemos permitir que Vorlak consolide su fuerza —dijo, y sus labios se curvaron en una sonrisa sin humor—. No solo la capturamos; debemos quebrar el modelo que la sostiene. Crear desconfianza entre ellos. Sembrar traición.
Otro, de mirada fría y afilada como navaja, asintió.
—Podemos usarlo a su favor —murmuró—. Un golpe en el corazón de su confianza: un falso aliado, una pérdida inesperada, algo que los haga dudar los unos de los otros. Cuando se den vuelta, el verdadero ataque será letal.
El tercero, el más joven pero con ojos que no