Seguí disfrutando mi helado, cada vez más derretido, cuando una presencia suave se acercó a mi espalda. No hizo ruido, pero el aire cambió… como si alguien hubiera entrado en mi pequeño mundo de chocolate y risas.
—Te estás divirtiendo demasiado con eso —dijo una voz baja, cálida, casi divertida.
No necesité girar para saber quién era. Reconocería su tono incluso en medio de una tormenta.
—Es que está muy rico —respondí, con una sonrisa que ni intenté esconder.
—Lo noto… —murmuró él, acercándose un poco más—. Se te está derritiendo por todas partes.
Sentí cómo se inclinaba a mi lado. Su sombra se mezcló con la mía. Su respiración rozó mi mejilla, ligera como una pluma.
—Mira… —dijo él, señalando con el dedo—. Tienes chocolate aquí.
No me tocó; solo lo dijo. Pero aun así sentí el calor trepar por mis mejillas.
—Lo sé —reí bajito, llevándome la lengua al labio para limpiar el rastro dulce.
Él observó el gesto con un silencio extraño… uno que no pesaba, sino que ardía suave.
—A ti todo t