El helado seguía derritiéndose más rápido de lo que podía comerlo, obligándome a apresurarme y, al mismo tiempo, a disfrutar el caos dulce que dejaba a su paso.
Incliné un poco la cabeza y pasé la lengua por un costado del helado, recogiendo cada rastro de chocolate que se escapaba. El frío me hizo estremecer levemente, pero la suavidad cremosa del sabor hizo que cerrara los ojos un segundo más.
Mis labios quedaron manchados de un tono marrón oscuro. Los limpié con la lengua, lenta, deliberadamente, saboreando aquel dulzor espeso que se quedaba pegado en mi boca. Una risa suave escapó de mí, casi infantil, pero llena de un placer simple y cálido.
Llevé el helado de nuevo a mi boca y lo chupé con más fuerza, atrapando la punta antes de que gotease. Un pequeño “mmh” se me escapó sin querer, porque el chocolate estaba demasiado bueno, demasiado suave, demasiado tentador como para no reaccionar.
Otra gota cayó por mi muñeca.
Deslicé el dedo para atraparla y luego llevé ese mismo dedo a mi