«Nuestra familia… Una maldición…».
Dori no pudo evitar mirar a Belén, quien comía y se ocupaba de sus asuntos, y el odio comenzó a reflejarse en su mirada.
«No sabía que los Ponce habían sufrido una desgracia, pero ¿dos jóvenes fallecidas al mismo tiempo? ¿Es posible que solamente sea una coincidencia? ¡Tal vez tenía razón en que nuestra familia se ha topado con una maldición, y esa maldición no es otra más que Belén Suárez!».
Doria entre cerró los ojos, y a su lado, Alicia no escuchó la conversación de los invitados. Todavía pensaba en por qué Santiago había estado tan distante con ella. Cuando la anciana se detuvo, al final volvió al presente.
—Madre, ¿qué sucede? Su asiento está allí — preguntó con curiosidad.
Señaló la mesa redonda en el centro del patio, la mesa principal. Como Belén era joven, no tenía permitido sentarse allí, solo Alicia y Doris tenían derecho a hacerlo.
—Alicia, ¿conoces algún exorcista famoso en Distrito imperial?
Alguien que pueda deshacerse de los E