Capítulo 6. Eres mía

Luego de la conversación entre Jarl y Mauricio, Jarl sale raudamente del castillo para encontrarse con su amigo Gabriel. Encontrar ese testamento es su prioridad ahora y él podrá aconsejarle qué hacer.

Le envía un mensaje y le pide que se encuentren en su departamento. No quiere que alguien ajeno escuche lo que tienen que hablar, y tampoco serán interrumpidos allí.

Llega hasta el edificio donde vive Gabriel y Jarl le comenta todo, tal como lo escuchó en el castillo, también lo que su padre había escuchado decir al que era abogado de la alfa Lauren poco antes de su muerte. Uniendo todos los puntos, la versión concuerda perfectamente.

«Su padre tuvo toda la razón en pedirte que reclamara a Katrina como su compañera y él estuvo bien en hacerle caso» piensa, Jarl, animado. 

—Necesito ver el contenido de ese testamento, Jarl —dice, Gabriel, mientras bebe de su whisky—. Si puedes traerme al menos una copia, tendremos todo lo que necesitamos para redactar el documento que Katrina debe firmar.

—Eso será pan comido, Gabriel, sé de donde tomarlo, mi verdadero problema es Katrina. No creo que quiera firmar algo sin saber de lo que se trata.

—Ahora es cuando debes hacer todo lo posible por convencerla de que has cambiado, amigo —Gabriel lo palmea en el hombro—. Lo más complicado ya lo hiciste.  Ahora cumple tu papel de esposo abnegado y fiel. Haz que confíe nuevamente en ti. Si de verdad ese testamento existe, el sacrificio vale la pena, Jarl.

Jarl toma todo el contenido de su vaso mientras piensa en lo que su amigo le acaba de decir. No tiene de otra, al menos por ahora. Además, fingió por dos años enteros estar enamorado de ella, ¿qué más da hacerlo unos meses hasta conseguir todo su dinero y ser declarado Alfa?

—No quiero que bajo ningún motivo alguien pueda revocar ese documento, Gabriel. Necesito que le pongas especial empeño, no dejes cabos sueltos.

—Tranquilo, amigo. Serás el único fiduciario de Katrina. Con su firma estampada en esa hoja, nadie podrá hacer o decir nada.

Gabriel y Jarl brindan, ambos, con una sonrisa en el rostro. Es el negocio de sus vidas y lo tienen servido en charola de plata.  Jarl está extasiado y eufórico.

Con mucho alcohol en su sistema y ya bastante tarde, Jarl toma la avenida principal para ir a la mansión Glimlore, pero en el camino recuerda el consejo de su amigo y desvía su trayectoria para ir hasta el castillo a ver a su esposa. Si debe empezar a ganarse su confianza de nuevo, lo hará desde esta misma noche.

Poco tiempo después, llega hasta allí y lo recibe Máximo, como en la mañana, sin darle más excusas, sube hasta la habitación de Katrina.

Katrina se sobresalta cuando una mano grande rodea su cintura. Intenta gritar, pero en ese instante otra mano tapa su boca y pierde toda posibilidad de reaccionar.

—Soy yo, mi amor —dice Jarl en su oído. Katrina se tensa al reconocer la voz de su mate. ¿Qué está haciendo Jarl aquí?—. Necesitamos hablar, Katrina. Quiero que vuelvas conmigo a la mansión. 

El tufo a alcohol llega hasta las narices de la joven, quien siente ganas de vomitar al instante. Intenta nuevamente zafarse de las garras de Jarl, pero no lo logra.

—No voy a soltarte hasta que escuches lo que tengo para decirte —Katrina niega llorando—. Lo que viste en Sofisthy en realidad no es lo que piensas. Tu hermana me sedujo, mi amor, y sabes que no puedo resistirme, pero eso es todo, solo sexo. No pasó nada más, mi amor, yo te amo. No puedes dejarme, eres mi compañera, debes estar conmigo el resto de nuestras vidas. 

En ese momento, Jarl la voltea y termina encima de ella en la cama. Katrina está aterrorizada al imaginar lo que él sea capaz de hacerle. Jarl se apodera de su boca y la besa de forma desesperada y violenta. Ella no lo disfruta como otras veces. 

—¡Suéltame! —pide jadeante mientras lo empuja sin conseguir absolutamente nada. Jarl es un hombre grande para el cuerpo pequeño y delgado de Katrina. Él la inmoviliza de inmediato sin darle ninguna tregua para defenderse—. ¡Suéltame o gritaré para que todos escuchen!

—No lo haré —La voz de Jarl sale áspera. Katrina puede ver que sus ojos empiezan a cambiar de tonalidad y sus cejas se empiezan a espesarse—. No voy a soltarte, porque eres mía, y ya es hora que cumplas con tus deberes de compañera. 

—Por favor... —ruega Katrina, pero ya es tarde. Jarl desgarra su camisón con la uña y se apodera de uno de sus pezones y chupa con ahínco. La primera y única vez que hicieron el amor fue un tiempo después de que se casaron y la experiencia no fue tan buena como ella pensaba. Jarl fue bastante brusco con ella y se lastimó mucho. Katrina no lo disfrutó para nada y pasó una semana entera con dolores en sus zonas íntimas y en su bajo vientre luego de esa unión. Desde ese día solo buscaba la forma de que su esposo no la volviera a tocar y cada noche, cuando él se acostaba a su lado, fingía estar dormida para no tener que entregársele.

—Si me dieras todo lo que me gusta, no tendría ganas de mirar a otras hembras —jadea Jarl, en su afán de hacerle creer que la culpa de todo lo que sucedió la tiene ella—. Un poco de pasión de tu parte me haría muy feliz. Soy tu esposo y necesito hacerte el amor todos los días, necesito sentir tu interior caliente, tu olor, tus jadeos mientras me recibes, oírte gritar mi nombre al recibir el placer. 

Katrina lo mira con los ojos aguados, hace rato que dejó de luchar porque sabe que en parte Jarl tiene razón. Ellos no parecen recién casados, casi nunca pasan momentos juntos, hablan o proyectan nada cuando debería ser lo contrario. 

Jarl se quita el saco y la camisa en un santiamén mientras la mira con sus habituales ojos pardos al excitarse. Pasa lo mismo con su pantalón y su bóxer. Está totalmente erecto y con la respiración tan pesada que puede escucharse perfectamente en toda la habitación. A Katrina se le contrae el estómago al esperar lo peor, pero contrario a eso, su esposo comienza a besarla nuevamente, ahora con menos brusquedad que anteriormente, pero con mucha pasión mientras recorre su cuerpo con ambas manos.

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