Evelyn.
Residencia Ashford, Distrito Diplomático de Hampshire. Vestir de blanco en una habitación llena de poderosos es una declaración de dominio. No es un color de paz como todos suelen pensar. Es el color que se mancha más fácil. Y aún así, jamás he permitido que algo toque mis vestidos. Ni el vino. Ni las balas. Ni las manos indebidas. El salón está lleno. Nobles, diplomáticos, rostros falsos que sonríen con los dientes pero no con los ojos. La orquesta toca algo casi como si fuera un somnifero musical. Las luces brindan calidez. Todo es espectáculo y yo soy el acto principal, aunque nadie lo diga en voz alta. Les gusta verme. Elogiarme se convirtió en un deber, como si mi memoria fuese a fallar con escucharlos. No lo hará, pero fingir es una lección que tuve que memorizar desde niña. Camino saludando con la cabeza y sonrisas medidas para parecer sublimes, escuchando frases huecas que respondo con palabras aún más vacías. Me entrenaron para esto desde antes de caminar. Pero no fue la realeza lo que me hizo lo que soy. Fue la traición. La traición de la persona que casi queda con la materia cerebral sobre el asfalto hace tan solo minutos. Aún mi pulso no se normaliza porque tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para no hacerlo, en plena calle, en ese preciso momento. Pese a todo lo que me domina, no demuestro nada ante nadie. Corbin avanza a mi lado con presunción, pues mi marido sí tolera e incita lo que llaman paz. Lo toma casi como si lo consumiera en píldoras cada mañana, porque nunca lo he visto de otra forma más que sonriendo y siendo complaciente. Él disfruta de esto, más que yo por lo visto. Su sonrisa está diseñada para la prensa, y yo copié eso. Al menos hoy. —Estás magníficamente hermosa. Las cámaras amarían tener una imagen tuya—dice, bajando apenas el tono para que solo yo lo escuche. —No me valgo de fotos para volverme inolvidable —respondo con suavidad, bebiendo un sorbo de champagne de mi copa. —Eso lo sé mejor que nadie— desliza una silla para mí—. Que diga que la cámara te ama, no quiere decir que quiero que todos tengan acceso a tí por una imagen. Tú eres patrimonio privado al que aún con privilegios no se puede llegar. —Y tú, un hombre con suerte —replico mientras tomo asiento, cruzando las piernas con una acción lenta. Corbin Ashford ha sido el hombre que me ha acompañado durante años. Es el único que ha sabido cuando alejarse y cuando permanecer cerca. —¿Más tranquila?— inquiere aún alerta con mi reacción al volver a ver a... —Es mejor no sacar a flote temas que pueden arruinar la noche—, asiente en respuesta. —Como dije, eres un hombre con suerte. Genzo se posa a mi lado. Jamás me pierde de vista, como Rodolfo a...las maravillas de la vida. —Créeme, lo repito todas las mañanas al verme al espejo— Corbin me observa con un destello de orgullo. Le fascina este juego, aunque a veces olvide quién puso las reglas. —Hoy, Hampshire no habla de política —añade mientras se sienta a mi lado—. Habla de ti. —Entonces Hampshire por fin tiene buen gusto —digo, deslizando mi mirada por la sala, localizando los representantes reales de esta noche. Los que buscan más elogios porque no son suficientes los que trajeron preparados. Entre ellos, los que no deberían estar aquí. Los que intentan pasar desapercibidos. Los que buscan infiltrarse sin saber que yo los estoy mirando desde hace diez minutos. Uno en especial. Traje mal cortado. Zapatos que no combinan. Gestos ensayados frente al espejo. —¿Ese de ahí? —pregunto a Genzo sin mirar a Corbin—. El de la copa en la mano izquierda y la chaqueta dos tallas más grande. —¿El que intenta oír a la ministra de defensa sin parecer interesado? —pregunta él con naturalidad. —Ese. Si no es prensa encubierta, es peor —bebo otro sorbo. Siguen buscando imágenes de mí para despedazarme como hace años—. Mándalo a sacar. Hazlo de manera sutil. Un baile, una llamada falsa, una esposa histérica… no me importa el método. —Hecho —asiente, tocando sutilmente el auricular en su oído derecho. Tres segundos después, uno de los meseros de la casa Ashford se mueve en dirección al intruso para entregar una copa que llevo a mis labios, apaciguando el deseo por darme la vuelta y volver hacia donde sé que se encuentra. "—¿Creerías que algo tan simple puede incluso matar?— él pone mala cara cuando lo aparto de mi plato, evitando ingerirlo. —No necesito que recuerdes que soy alérgico a un pez— refunfuña. —Todos aquí piensan que tienes un puño de hierro—, me le subo a horcajadas y él desliza las manos por mi espalda—. Para mí, eres un Alma de acero. Mío. —¿Llegamos al nivel de usar sobrenombres cursis?—, baja el cierre de mi vestido—. No soy el lamebotas de Ashford. Y no pienso llamarte princesa como él. —Pero lo soy—, juego con los botones de su camisa. —Y no necesito un sobrenombre. Porque tengo un nombre y me gusta. —Me gusta más cuando es lo único que repite mi cabeza al llenarte con mis derrames—, rio sobre su boca, en tanto mis manos le quitan la camisa." Me acomodo en la silla. El blanco de mi vestido no tiene una arruga. El cristal de mi copa no tiene huellas. Y mi pulso no se ha alterado en lo más mínimo, aún con recuerdos estúpidos de los momentos en donde fui la ingenuidad personificada. Todo sigue el cálculo que necesito para seguir, aún con ellos atormentando. —¿Aún estás aburrida? —pregunta Corbin con cierta sorna. —Lo estaría si no fuera porque la mitad de esta sala quiere matarme... y la otra mitad quiere que les enseñe cómo hacerlo —respondo sin quitar mi mirada de la sala. La orquesta cambia de melodía. Un vals. Un engañoso vals que distrae a todos mientras espero el momento para hacer negocios, sin entrometidos que interrumpan. —¿Bailamos? —me pregunta él. —El baile es de tus actividades favoritas, cariño. —Lo fue—, suelto y él se disculpa logrando que vuelva mi temple. Lo miro, una ceja apenas alzada. Después dejo la copa con suavidad sobre la mesa, y me levanto, dispuesta a hacer algo que antes disfrutaba y arruinaron también. Pero ahora, lo uso como beneficio. Porque sí. Pueden tener poder. Pueden tener dinero. Pero mi presencia basta para que quieran saber cómo pasé de ser la exiliada a la reina sin corona que nadie se atreve a desafiar. Mis pasos siguen el ritmo de la música que me acaricia los oídos. Aunque mi cabeza está dejando que una sola imagen dé vueltas. El comisionado Logan Crown. El destino quiso mostrarme que podía verlo a los ojos y no sentir más que el repudio que fue aplacado por mi entereza. Porque de no ser por mi autocontrol, habría abierto su caja torácica ahí mismo. Pero hubiera sido muy fácil. No sería suficiente pago para lo que me debe. Para lo que me quitó y cambió con dejarme sin opción para salvar a mi hermano. Me arrebató la posibilidad de darle una vida diferente a la de las sombras a... Sonrío hacia nuestros espectadores, conteniendo el veneno que me arde en la lengua. El hombre que destruyó mi apellido hace años, el mismo que ganó reconocimiento por una misión bien ejecutada, mientras mis padres apenas lograron no pisar la cárcel y yo fui arrojada a la nada como si mi sangre valiera menos que la de un traidor. Mientras la prensa alababa su precisión y el comité aplaudía su mano implacable, yo aprendía a levantarme del lodo. Aprendí a no olvidar. Y ahora él está aquí. En mi ciudad. Con su mismo ceño amargado, con su desprecio arrastrando detrás de él como una sombra mal construida. La sangre que perdió hoy será solo la mínima parte, porque le dolerá y mucho. Corbin acaricia mi espalda baja con ternura y siendo disimulada, la deslizo fuera de esa zona con cicatrices. Ha buscado mi atención. Ha buscado mi corazón. Aún no comprende que no le pertenece a ningún hombre. Ni siquiera me pertenece a mí. —¿Estás disfrutando esto tanto como aparentas? —murmura cerca de mi oído mientras giramos en el centro del salón. —Estoy esperando a que alguno de estos imbéciles se atreva a pisarme el vestido —susurro de vuelta con mi sonrisa intacta—. Me vendría bien algo de sangre para decorar esta noche. Él se ríe. Discretamente. Con esa risa que no se escucha, pero se siente en la mandíbula tensa. —No se haría la reunión en ese caso—, hago mala cara. Corbin cree que es un juego, yo jamás lo veré así. Podría bañar el salón completo con la sangre de todos y eso no me satisfacería, porque solamente lo hará cuando hasta la última gota abandone el cuerpo del hombre a quién le pienso mostrar el precio de su traición. Nos movemos en busca del salón donde todos esperan. Bajan la cabeza cuando me adentro en el espacio, en el cuál Corbin decide no estar presente como siempre. Su pacifismo no le permite escuchar lo que hablamos durante casi media hora, hasta que el momento de brindar llega. —Por el regreso de la heredera— dicen al unísono y sólo asiento con la copa en alto. Ellos beben, yo no. No es algo que amerite una celebración, para hacerlo necesito al menos una pequeña razón. Y por ello, llamo a uno de mis socios dueño de una cadena de restaurantes con dos instalaciones en Hampshire. Le digo lo que quiero que haga y en cuanto le doy el menú y una nota escrita por Genzo, su sonrisa crece. —¿Quién es él?— indaga y simplemente guardo el bolígrafo que mi hombre de confianza usó. —Basura— respondo—. Basura que espero entienda cuál es su lugar. Espero que recuerde razones, porque le daré consecuencias.