Capítulo 5

Soraya

El sol sale forzándome a despertar. Me asomo dejando el cuerpo descansar de toda la noche de ayer. Leandro está muy diferente. De unos años para acá, vengo notando que no soy su prioridad como antes. Creo estar engañándome, y eso no es lo peor. La forma en que tenemos relaciones es cada vez más frío, robótico, como si yo fuera una muñeca de plástico. Es brutal, ofensivo, siempre violento al tacto, parece querer herirme.

Sé que algo no anda bien en sus finanzas. Acabó perdiendo algunos bienes, incluso la tierra que era de su padre. Agar siempre ha sido una de las granjas más famosas, la más tradicional, siempre rindiendo mucho lucro. No sé quién la compró, pero estoy seguro que hizo buen negocio. Veo que dejó una nota en la cabecera. Estiro los brazos para alcanzarlo.

"Estate lista a las 21:00 en punto. Cenaremos con un renombrado ejecutivo, Diogo Valadares. No me avergüences" Leandro A.

Juego el papel lejos. Como si fuera a avergonzar a alguien. Volteo los ojos y me levanto para saborear mi café. Veo que ya pasaron las 14:00 horas. Desde que salí de ese lugar, y vine a Miami, estoy viviendo la vida que siempre soñé, despierto a la hora que quiero, sin tener ese maldito gallo despertando en mis oídos. Solo pensarlo me da escalofríos.

Pongo mermelada de frambuesa en la tostada, eso me recuerda a mi infancia, una de las únicas cosas buenas que mi padre podía comprar. Llegaba tarde, cansado de la labranza, dejaba su sombrero puesto sobre la mesa de centro. Gritaba por mi nombre y como un padre amoroso, abría los brazos para recibirme. Sonrío de canto. Él es un hombre bueno. Se esforzaba día y noche para tener qué comer a la mañana siguiente. Sus marcas de expresiones en el rostro que lo digan. Mi madre, una pobre campesina, cocina como nadie. Dejaba el plato de su marido listo, con un fino plástico cubriendo para no aterrizar moscas. Casi siempre era maíz cocido, muslo de pollo y arroz con zanahorias y guisantes, típica comida del campo. Los extraño. No soy tan malo como creen. El problema es que no entienden por qué tomé mi decisión. Incluso pensé en mantenerme en contacto, pero me di cuenta de que no valía la pena. Mi amiga Ingrid me contó que estaban extremadamente decepcionados. ¿Qué podría hacer si busqué lo mejor para mi vida? Los pobres no podrían ofrecerme nada, mucho menos el pobre de Sebastián. Así que tuve que hacerlo yo misma.

Por cierto, ¿cómo estarán los gemelos? Pregunté por ellos el mes pasado. Ingrid dijo que son astutos. Cumplieron tres años. Ella dice que no cree que Sebastián contará sobre mí. Mejor así, creo que no les gustaría tener una madre como yo.

Balanceo la cabeza. Eso es pasado.

Me quito el resto del día para dedicar mi belleza. Ya que esa cena es tan importante así, debo ir bien arreglada. Las uñas, dejo en tono manzana del amor. Los cabellos están sueltos y en capas, es mi todo, moriría si los cortara. El maquillaje entre fuerte y delicada, con los ojos simples y los labios rojos, siempre provocativos.

La tarde voló y un poco antes de las 19:00 estaba en el hotel. Tomé un largo baño, pasé el hidrante y paré al armario indecisa de qué vestir. Opté por un vestido del mismo tono de lápiz labial, rojo es mi color preferido, además de resaltar mis hilos negros. Cuenta con un escote en V parando antes del ombligo, mangas largas, y la barra golpeando a la mitad de los muslos. Pendientes y tacones finos plateados. Recuerdo un collar de brillantes que compré la semana pasada, corro a ponérmelos. Me miré al espejo. Hermosa como siempre. Nadie resiste mi belleza, mucho menos Diogo Valadares.

//

— Es un placer conocerte.

— El placer es mío.

Él deposita un suave beso en mi mano derecha. Ojo para Leandro que eleva sutilmente la servilleta a la boca. Estrecha los ojos y endurece la mandíbula. Un escalofrío persigue mi espina dorsal, lo cual me hace retirar la mano inmediatamente. Un malestar me llega al estómago. No estoy con una buena sensación de fin de fiesta. Mientras los hombres conversan, bebo mi champán. El tiempo vuela, y no estoy segura de querer que hubiera pasado tan rápido. Al llegar a la habitación del hotel, apenas consigo quitarme los zapatos, pues soy interrumpida por el ruido de la puerta brutalmente cerrada. Leandro está furioso. No entiendo por qué.

— ¡Ya basta de tus insinuaciones descaradas! ¡Mentiras mal contadas!

— ¿Qué he hecho?

— ¡Perra! - Él me abofetea. Mi cuerpo es lanzado y caigo con todo al suelo. — ¡Piensas que no vi las miradas entre tú y Diogo Valadares! ¡Bien que me avisaron que no eres más que una puta interesada! ¡Que cuando viera el barco hundirse iría corriendo a otro hombre! ¡Cómo no me di cuenta!

— ¿De qué estás hablando? - Gruño entre los dientes, mientras paso las manos en el ardor. - ¡Estás loco!

— Usted es muy sosa. - Él se agacha, me sujeta el pelo y me obliga a caminar hasta el escritorio. Saca algunos papeles y los arroja al colchón. — Estas son las deudas que he acumulado desde que entraste en mi vida.- Gira mi cuerpo. — ¡No eres más que una ladrona que vino a destruir mi vida, a destruir la riqueza de mi familia! - Abro los ojos cuando pones las manos en mi cuello, asfixiándome. — Dime la verdad, sabías que estaba quebrado.

Niego.

— Anda, perra, confiesa, o te mataré ahora mismo.

— Déjame ir.

— ¡Confiesa!

Confirmo con el último vestigio de fuerza.

Tira mi cuerpo al colchón. Pongo las manos al cuello, por unos segundos casi muero. Mi corazón salta fuerte.

— Lo sabía. Lo supe el mes pasado cuando empezaron a llegar los cargos. Aun así, sabiendo todo, no pensé en abandonarte. Juro que no.

— Claro que no.

— Leandro, te amo. Corro tras él. Otra bofetada sonora y dada haciéndome caer nuevamente.

— ¡Me ama tanto que se estaba ofreciendo a otro hombre! ¡Y no es la primera vez! Sé de sus conversaciones y encuentros íntimos con Diogo desde hace más de un año. Quería hacerlo conmigo como hizo con su exmarido, pero mira, yo no soy él.

— ¿Qué vas a hacer conmigo? Sostén el cuello de mi vestido y empieza a arrastrarme fuera de la habitación. - ¡No, Leandro! ¡No!

Él me arrastra por todo el pasillo. La gente mira y ríe, como si fuera una escena común. Grito para que me ayuden, pero nada se hace. El llanto solloza fuerte. Intento arrancarle las manos, no puedo. Estoy expuesta, con el vestido desgarrado y los pechos al descubierto. Intento tapar lo que no sirve de nada. En medio de lágrimas que inundan mi rostro, percibo que llegamos al lobby del hotel. Me tira del pelo, haciéndome levantar la cara.

— ¡Esa mujer es una prostituta! ¡Robó mi dinero y quería cambiarme por otro amante! ¡Quiero que ella sepa lo que hacemos con putas de ese tipo!

Con violencia lanza mi cuerpo al suelo. Comienza una serie de patadas y golpes, sin piedad a los golpes. Intento impedir, no consigo, su fuerza es mil veces mayor que la mía. Grito sintiendo mi carne aplastar y los huesos chasquear. Recibo un golpe en mi vientre. Lloro más aún implorando para que alguien intervenga.

— Por favor. Siento el sabor amargo de la sangre a la boca. — Ayúdenme...

Oigo un zumbido en mi oído. Mi cabeza es lanzada al suelo, lo que se repite algunas veces. Comienzo a ver todo en dos. Pisco tratando de evitar el desmayo. La imagen de mis hijos aparece como un espejismo, son hermosos. Trato de llegar a ellos, es imposible. Poco a poco desaparecen y quedo sin sentido.

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