Corazones rotos

Su cuñada la llevó hasta la choza de su esposo, se sentía perturbada por la situación vivida, Samantha lo único que deseaba era llevar una vida normal y tranquila, al quedarse sola se dejó caer sobre las suaves pieles que le servían de cama. Era su segundo día como esposa y ya se había visto envuelta en chismes malintencionados, quizás nunca podría empezar de nuevo, probablemente su pasado saldría a flote tarde o temprano y estaría arruinada para siempre.

—¿Te sientes mal?—su esposo le tocó la frente, comprobando que tenía calentura.

—Estoy un poco cansada—suspiró sin abrir los ojos.La fiebre la tenía en un estado de somnolencia, no tenía ánimos de nada.

—No debí pedirte que trabajaras—gruñó arrojando el contenido de la mesita de noche contra el piso. Se recriminaba por haber hecho que la joven de esforzara cuando aun no conocía la vida en la manada.

—Tranquilo, no es tu culpa—ella le sostuvo la mano con ternura, su piel suave contra la dura piel del lobo.

—Cuidaré de ti—prometió a s
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