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El pasado se quedó atrás

El pasado se quedó atrásES

Cuento corto · Cuentos Cortos
Felix Rubio  Completo
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Resumen
Índice

Esperé tres horas en la fiesta de cumpleaños de mi novio, y él, en vez de presentarse, se fue al hospital a acompañar a su primer amor. Esa chica, Saray Tames, aprovechó la oportunidad para grabar deliberadamente un video en el que salía besándose con Kevin Vívez. En el video, el hombre, con el profundo beso, se olvidó de que tenía las dos piernas con discapacidad, se levantó y empujó a Saray contra la puerta. —Kevin, ¿por qué no le dijiste a Wendy que tus piernas ya estaban bien? Este respondió: —Si se entera, pedirá a gritos que me case con ella. ¿Quién se cree que es? ¡Solo es una criada gratis! ¡No está a la altura de ser mi esposa! Los dos se besaron apasionadamente. Saray, que llevaba el vestido de novia que diseñé, le dirigió a la cámara una mirada provocativa. Y el video terminó con el sonido de morreos. Me había estado mintiendo todo el tiempo. Tiré a la papelera la tarta que había preparado y le envié un mensaje a mi madre: [Mamá, iré a la cita a ciegas que dijiste].

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Capítulo 1

Capítulo 1

Al segundo siguiente, mi madre me llamó, con su voz sorprendida de alegría:

—Wendy, por fin caíste en la razón, ¡te dije que Kevin no era lo suficientemente bueno para ti! Te pasaré la información de contacto de ese chico.

Y le dije a mi madre que volvería en tres días.

Tras finalizar la llamada, el pomo de la puerta giró, Kevin, uno de los protagonistas del video, entró empujando su silla de ruedas.

Al verme sentada en el sofá, frunció el ceño y me reprendió por costumbre:

—¿No dijiste que ibas a celebrar mi cumpleaños a lo grande? ¿Qué haces sentada aquí?

En el cubo de la basura yacía tranquilamente la tarta que le hice.

Miré fijamente a Kevin y luego posé mis ojos en sus piernas.

Quizá se sintió nervioso, se asustó y apartó los ojos, pero dijo con voz impaciente:

—Olvídalo, sabía que no se podía confiar en ti, tampoco esperaba que montaras una fiesta para mí. Tengo hambre, ve a cocinarme algo, ¿o ni siquiera puedes hacer algo tan sencillo? —me ordenó Kevin con tranquilidad.

Solo sentí escalofríos. Para Kevin, yo no era una novia con la que llevaba cinco años de relación, sino una criada sin sueldo.

A sus ojos, tenía el deber de hacer cosas por él y cuidar de él.

Me veía como una esclava más que como una novia.

Mi corazón se enfrió poco a poco.

Estaba a punto de preguntarle por qué me mintió, pero pensándolo mejor, no lo pronuncié.

Ya me daba igual cómo estaba su pierna.

De todos modos, estaba a punto de irme.

En ese momento llamaron a la puerta.

Saray entró por su cuenta. Como si no viera la tensión entre Kevin y yo, se acercó por detrás de Kevin y le colocó cariñosamente una bufanda en el cuello.

Y entonces se enderezó y me miró con una ceja levantada antes de sorprenderse:

—Wendy, ¿tú también estás aquí? He estado tejiendo una bufanda y venía a ver si le gustaba a Kevin.

Este me miró y habló con una sonrisa:

—Saray es muy mañosa, la bufanda es preciosa.

Los dos se miraban descaradamente delante de mis narices.

Miré la bufanda que Saray había tejido y de repente recordé que yo también había tejido una bufanda para Kevin hacía una semana.

¿Qué hizo Kevin entonces?

Se puso la bufanda con disgusto y luego la tiró al suelo como si fuera basura.

Su tono en ese momento era burlón:

—Wendy, no te habrían marginado en la empresa si hubieras puesto tus esfuerzos de tejer bufandas en el trabajo.

Bajé la cabeza y recogí la bufanda.

Esa noche, Kevin tomó de repente la bufanda que descansaba en el sofá y salió corriendo por la puerta.

Pensé que, a pesar de decir cosas hirientes, se lo ponía, pues tomó la bufanda y empujó su silla de ruedas hacia la puerta.

Temí que se resfriara y le seguí en silencio.

En cambio, le vi entregándole la bufanda a Saray, que esperaba fuera:

—Saray, toma esto, así no tienes que comprar manta para los perros callejeros, Wendy tejió esta bufanda que abriga bastante, ponla en la cucha.
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