Alina
El amanecer se levanta lentamente, pintando el cielo con matices rojizos. El viento sopla con una aspereza inusual, llevando consigo un olor metálico a sangre y ceniza. Estoy frente a la entrada del refugio, el corazón latiendo violentamente en mi pecho.
Damon está allí, a mi lado, en silencio. Lleva una camisa negra, abierta en el cuello, y un pantalón oscuro. Su rostro está tenso, sus rasgos marcados por una fatiga que intenta disimular. Sus ojos dorados brillan en la penumbra de la mañana.
Lucien se mantiene a la distancia, con una expresión impenetrable en su cara. Detrás de él, algunos miembros de la manada también se preparan. La tensión es palpable en el aire, casi eléctrica.
— ¿Estás lista? murmura Damon, posando una mano en mi brazo.
— No, susurro. Pero no tengo elección.
Él me examina un instante antes de asentar con la cabeza.
— Entonces vamos.
Salimos del refugio en un pesado silencio. El camino hacia la fortaleza es largo y peligroso, a través de tie