Ameline y Prissy salieron del callejón, el maletín pequeño que contenía los 25,000 dólares apretado contra el pecho de Prissy, su respiración agitada mezclándose con el sonido de la ciudad nocturna.
El auto rojo de la compradora ya se alejaba, los faros traseros desvaneciéndose en la distancia mientras el callejón volvía a sumirse en la penumbra.
Prissy miró su reloj, sus ojos entrecerrándose con urgencia.
—Tenemos unos dieciocho minutos —susurró, su voz tensa pero firme, mientras ajustaba el agarre del maletín y la caja grande de regalo, ahora vacía de los regalos de Seth pero todavía con cargas útiles—. Vamos, tenemos que encontrar un taxi ya.
Ameline asintió, su corazón latiendo con fuerza, el collar de diamantes en su escote un recordatorio frío contra su piel. Corrieron hacia la calle principal, sus pasos resonando en el pavimento húmedo, el vestido crema de Ameline ondeando con cada zancada. Prissy, liderando el camino, escaneaba la calle con ojos alerta, buscando un taxi. La