Ameline despertó con un sobresalto, el amanecer apenas tiñendo el cielo de un gris pálido a través de las cortinas de su habitación. Eran las seis de la mañana, y el silencio de la mansión era casi opresivo, roto solo por el canto lejano de un pájaro en el jardín. Su camisón blanco se arrugaba contra las sábanas mientras se sentaba en la cama, el corazón acelerado por la anticipación del día. Hoy era domingo, el día en que Laura intentaría cruzarse con Claus Vidertti en el campo de golf de su familia, y Ameline necesitaba el permiso de Seth para ir con Prissy.
Tomó el celular de la mesita de noche, sus dedos temblando ligeramente mientras marcaba su número, el brillo de la pantalla iluminando su rostro tenso. La idea de hablar con él, después de su tono cálido pero sospechoso de la última vez, le apretaba el pecho, pero no había otra opción.
El teléfono sonó varias veces antes de que Seth contestara, su voz gruñona y cargada de cansancio.
—¿Ameline? —dijo, el sonido áspero, como si