Empezó a parpadear con suma rapidez, de manera reiterada, intentando así, esclarecer sus azules faroles nublados, a causa del agua y la debilidad que permanecía en su sistema, que le conducía a marearse. En vista de que no conseguiría pararse de allí en aquel instante, al menos, no sin mucho esfuerzo y sin llamar la atención de su perseguidor, lo único razonable que a su famélica mente se le ocurrió llevar a cabo fue, permanecer en un completo estado de silencio, en completo silencio sin realizar tampoco movimiento alguno que delatase la posición en la que se encontraba, esperando así, a que él o se fuese de allí o la encontrase y la matase… o la terminase de matar, estaba en lugar para decir, pues ya se sentía media muerta, tanto por fuera como por dentro, el frio entraba a sus pulmones y succionaba su energía vital como lo haría un obsesivo fumador con el humo de su cigarro favorito.
—¡¿Dónde demonios estás, estúpida perra?! ¡Cuando te ponga las manos encima! ¡Oh, cuando