El juego de seducción del CEO
El juego de seducción del CEO
Por: Lizzy Bennet
1. ¿Quién es la arribista aquí?

Maggie salió del restaurante a las 5:00 am cuando finalmente terminó su turno.

El día anterior había tenido que doblarse para poder conseguir algo de dinero extra y así poder completar lo que le faltaba para el alimento de Daniel, su pequeño hijo de dos años y medio, por lo que ahora el agotamiento y el dolor en los pies amenazaba con hacerla caer.

Con un suspiro cansado emprendió su camino directo hacia la casa.

Cuando llegó ya eran casi las 7 de la mañana y todo su cuerpo le dolía, en especial sus pies que los sentía hinchados y pesados, pero todo aquello pasó  a segundo plano cuando al tocar la puerta de su vecina lo primero que vio fue el rostro de Dan.

—¡Maaaaaam!— ella se derretía cada vez que veía a su pequeñín.

En el momento en que lo tomó, el bebé se aferró con fuerza a su cuello, dándole una hermosa sonrisa que mostraba sus encías y pequeños dientecitos.

—Oh, ¿Cómo se portó mi niño hermoso?

La vecina, se rio cuando Dan dejó salir un grito emocionado, como siempre pasaba cada vez que ella le hablaba o lo miraba. 

—Tu bebé es un sol, como siempre se portó muy bien.

—Muchas gracias, Becca, hoy he cobrado algo, puedo dejarte un poc…

—No, no, no, niña. Nada de eso. No necesito que me pagues.

Maggie le dio las gracias sintiendo que Becca era un ángel enviado por su madre luego de morir para no dejarla sola.

Sin embargo, no había dado ni dos pasos cuando la mujer volvió a llamarla.

—Oh, Maggie casi lo olvido, ayer en la tarde vino un hombre elegante preguntando por ti

—¿Por mí?— preguntó confundida, pues no tenía a nadie que la buscara. 

—Sí, el hombre dejó esto y dijo que era urgente que lo leyeras.— En las manos de Becca había una carta.

—De acuerdo, muchas gracias.

Cuando entró a su minúsculo apartamento dejó al pequeño sobre el tapete acolchado en la sala, no había absolutamente nada con lo que él pudiera golpearse por lo que se sentó tranquila en la única silla del lugar y abrió el sobre:

“Estimada señorita Lewis,

Sé que probablemente mis palabras le generen confusión, pero es mi deber informarle que su padre, Edmund Montgomery ha fallecido, sin embargo, él me dejó a mi, su abogado, la labor de contactarla para que asista a la lectura de su testamento.

Espero y pueda contar con su presencia, a continuación dejo la fecha, hora y lugar donde se realizará,

Cordialmente,

Alexis Montero.”

Maggie tuvo que volver a leer la carta para asegurarse de que era para ella, pues en sus 25 años de vida, nunca hubo señales de su padre, ni siquiera hace ocho meses cuando su madre murió, entonces ¿Por qué ahora?

La carta decía que el testamento sería leído el día de mañana ¿Era posible que ese hombre le haya dejado algo? 

Sus ojos fueron de inmediato a su pequeño entretenido con su oso de peluche de 3 dólares.

Ella no tenía nada que perder, por lo que tomó su celular y avisó en el restaurante que mañana se ausentaría.

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El lugar de la cita era mucho más lejos de lo que Maggie había calculado, pero finalmente, luego de casi dos horas de caminata, había conseguido llegar y quedó asombrada al ver la inmensa mansión.

Antes de tocar se alisó los pliegues de su sencillo vestido azul marino y trató de peinar lo mejor que pudo su cabello castaño que llevaba en una media cola, solo entonces tocó a la puerta que fue abierta por una mujer del servicio.

—¿Puedo ayudarla en algo, señorita?

Maggie, sintiendo las manos sudar, asintió hacia la mujer antes de decir.

—He venido a la lectura del testamento… Me-Me han citado— dijo y para reforzar sus palabras extendió la carta del abogado—El señor Alexis.

La empleada no tomó la carta, simplemente dándole una sonrisa cálida terminó de abrir la puerta para ella.

—Por supuesto, señorita. Adelante.

La mujer le indicó hacia dónde debía ir y en el momento en que  puso un pie dentro de la sala de estar, todas las miradas se dirigieron hacia ella, y no eran precisamente amigables. 

Lejos de lo que esperaba encontrar sólo habían a lo mucho unas cinco personas, sin embargo, había una mujer en particular que la estaba viendo con todo el odio del mundo, lo que hizo que Maggie se sientiera más incómoda de lo que ya estaba, en especial cuando la vio caminar directo hacia donde ella estaba, de pie en la entrada del salón.

Sin decirle una sola palabra, la mujer la tomó con fuerza del brazo y tiró de ella hasta llevarla a una de las esquinas del lugar, lastimando su piel.

—Señora, me está lastimando. —Maggie intentó zafarse de su agarre, pero la mujer hizo mucha más presión consiguiendo que una mueca de dolor se formara en su rostro.

—¿Cómo te atreves a venir a aquí?—la mujer parecía totalmente fuera de sus papeles— ¿Cómo es que osas a entrar por esa puerta como si nada? ¡Eres una desvergonzada!

—N-No sé de qué me habla… Me está lastimando. —Su voz empezaba a cortarse debido al dolor.

Sus palabras solo parecieron enojar más a la mujer que parecía dispuesta a decirle algo más, cuando una voz fría y demandante se escuchó detrás de ellas.

—Madre, ¿Qué se supone qué estás haciendo?

Al escuchar al recién llegado la mujer la soltó de inmediato y ella no demoró en llevar su mano al área lastimada, mientras guiaba sus ojos al lugar donde el hombre se encontraba y al verlo sintió que se le atascaba la respiración.

Él tenía sus ojos oscuros fijos en ella y Maggie sintió que temblaba pues él era el hombre más imponente y atractivo que ella había visto en su vida y  la estaba viendo como si ella fuera la mugre que se pegaba debajo de sus zapatos. 

Eso hizo que inevitablemente sus mejillas se enrojecieran de rabia y vergüenza.

Antes de que ella pudiera salir de esa casa una persona más entró en la sala y ella, sin que él lo dijera, sabía que era Alexis Montero,  pues el maletín en la mano y las gafas de lectura le daban toda la pinta de abogado.

—Bueno, ya que estamos todos demos inicio a la lectura.

Con cada segundo que pasaba Maggie se sentía más fuera de lugar.

Llevaba casi una hora sentada escuchando cómo se repartían casas, haciendas, acciones y dinero como si fueran golosinas y aún así no había visto la primera lágrima de tristeza en los ojos de alguien.

Todo lo que interesaba era el dinero.

Entonces, cómo si supiera que ella estaba a punto de irse, el abogado dijo su nombre.

—Señorita Margaret Lewis.

—Es Maggie— dijo ella sonrojándose en el acto—Quiero decir, que prefiero Maggie.

El hombre le dio una pequeña sonrisa antes de continuar.

—Muy bien Maggie, me alegra que hayas decidido venir, me imagino que debes tener muchas preguntas— ella simplemente asintió con su cabeza y el hombre continuó— Lo resumiré para ti, Edmund Montgomery era tu padre, naciste fuera del matrimonio y ya tu padre tenía una familia, sin embargo él te ha incluido en su testamento.

Maggie no sabía cómo sentirse. Saber que su padre siempre supo dónde estaba, quién era y aún así no decidió acercarse sino hasta después de muerto, hacía que tuviera ganas de mandar a todos al demonio, pero había un pequeño niño que la necesitaba.

—¡ELLA NO SE MERECE NADA!, ¡Es una bastarda! ¿Acaso no lo ven?— La mujer de antes estaba roja del coraje. Sus ojos verdes llameaban de odio cuando la veían—¡Su único hijo es Nathaniel!

Maggie entendió entonces el motivo de su odio, esa era la esposa de su padre. Sintiéndose incomoda simplemente dijo:

—Entiendo.

El abogado le dio una pequeña sonrisa antes de continuar.

—Tu padre…

—¡QUE NO ERA SU PADRE! ENTIÉNDELO DE UNA VEZ— La mujer estaba a punto de empezar a botar espuma por la boca, pero el sonido de un puño contra la madera la hizo callar.

—¡Es suficiente! No tienes que rebajarse de esta forma, madre. Menos con ella— Ese había sido su hijo, el que la vio con cara de asco.

—Es suficiente los dos, si no pueden controlarse daré por terminada la lectura.—después de las palabras del abogado todo quedó en silencio—Muy bien, Maggie. Tú padre te ha dejado lo siguiente: Un apartamento amoblado en Brooklyn con todas las comodidades, además del 15% del valor total de su fortuna restante, libre de reparticiones y…

—¡¿QUÉ ACABA DE DECIR?! Eso es una m*****a locura ¡ME NIEGO A DARLE UN SOLO DÓLAR A ESA APARECIDA!

Maggie tampoco podía creer nada de lo que había escuchado ¿un apartamento? el 15% de la fortuna. Con ese dinero podía darle un futuro a Dan, podía salir adelante.

—Barbara, es la última vez que me interrumpes— la mujer, Barbara, temblaba de la rabia y le estaba dando la peor mirada del mundo en esos momentos.

—¡Acaba de una vez con esto, JODER!—Esa voz fría pareció cortar el aire nada más escucharse.

—De acuerdo, por último te ha dejado el 25% de las acciones de la empresa familiar, el otro 75 siguen siendo únicamente de Nathaniel. Sin embargo….

—¡NO!— El grito de Nathaniel  le erizó todos los bellos de la piel— La empresa no se va a compartir. Es mía.

La mirada de Nathaniel se volvió de acero, él había estado siendo paciente, podía dejar que dieran dinero y bienes, pero la empresa no la iban a tocar. Era suya y ninguna niñita aparecida se lo quitaría.

—Si esta niña tiene algo de dignidad renunciará a todo, porque nada le corresponde, a menos que sea una cualquiera arribista igual que su madre.

Eso fue lo último que Maggie estaba dispuesta a escuchar, su cuerpo temblaba de rabia.

—Nunca, en su vida, vuelva a hablar de mi madre. Ella valía tres veces lo que vale usted, que en lugar de estar llorando a su marido está peleando el dinero. Dígame ¿Quién es la arribista aquí?

—¡MALDITA MOCOSA!—De no haber sido por Nathaniel la mujer se le hubiera lanzado encima.

Sin darle una última mirada a nadie decidió irse de esa casa. Sin embargo, una mano la sostuvo del brazo y al girar se encontró al abogado.

—No se vaya así. No tome decisiones aceleradas.

—No quiero nada de esta gente, mucho menos de un padre fantasma.

—Maggie, no piense en ellos, piense en usted y su hijo, ese dinero podri…

—Increíble— La voz gruesa de Nathaniel la hizo girar—, además de interesada también eres la amante del abogado ¿eh?

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