Los minutos se arrastraban y Antonela no tenía idea de adónde había ido Benjamín. Recorrió varias veces aquellos fríos pasillos buscándolo por cada rincón, pero él no estaba. Había huido como un cobarde que jamás imaginó que sería.
Ya sintiendo que sus piernas flaqueaban, lo avistó sentado en un banco, afuera del hospital. Su corazón se disparó cuando los ojos de él se encontraron con los suyos. El par de ojos ahora parecía más oscuro y frío. Ya no llevaba su impecable traje que le daba un aire de superioridad.
Él inclinó el cuerpo, apoyando los codos sobre las piernas, y finalmente bajó la mirada, soltando el aire nerviosamente. No vio cuando Antonela marchó valientemente hacia él y se detuvo delante.
Medio segundo después, mientras su corazón golpeaba su pecho, ella se sentó a su lado, pero Benjamín no pudo mirarla a los ojos.
Se esforzó por mantener la calma, con ella tan cerca y lista para echarle encima un camión de verdades. Su cabeza aún daba vueltas por lo que había visto minu