Benjamín se fue tan deprisa que, cuando Antonela se dio cuenta, ya era demasiado tarde. Fue inevitable que su rostro se ensombreciera como un día nublado. Nadie supo explicar por qué se había marchado tan rápido, pero Antonela imaginaba sus motivos: la presencia de Dante le incomodaba.
Ella se quedó pensando en aquello, mientras observaba el lugar vacío, sintiendo como si su día hubiera perdido completamente el encanto.
— ¿Estás bien, Antonela? — la voz de Dante rompió el silencio, haciéndole recordar que el gobernador seguía allí.
Ella lo miró y forzó una sonrisa, pero Dante lograba percibir el nerviosismo recorriendo su cuerpo. En los dedos entrelazados, en el enrojecimiento de su rostro. En los ojos vigilantes buscando algo que había perdido. Él también se dio cuenta de que Benjamín se había ido. A diferencia de Antonela, él vio el momento en que se había marchado y por un instante consideró que era mejor así, pero parecía que Antonela lo veía mucho más que como el padre de su hijo