El hijo del millonario y yo
El hijo del millonario y yo
Por: Angie Pichardo
Capítulo 1

Adam camina por en medio del campus con el pecho erguido y un aire de superioridad que oculta sus demonios internos. Durante su andar, se gana las miradas de deseo, envidia y admiración de los presentes. Siempre ha sido el tipo popular con quien todas quieren ligar y con quien los chicos buscan tener una amistad cercana.

Posee el porte y carisma del típico galán rubio, de ojos celestes y cabello abundante. Sumándole a esto, el cuerpo atlético y la buena altura, que es el resultado del tiempo que le dedica al gimnasio varios días a la semana y a sus caminatas matutinas; sin embargo, gran parte de su buen estado físico se lo debe a su deporte favorito, el skateboarding.

—Hola, rubito —lo saluda su mejor amigo, con quien choca los puños.

—¡Qué tal, Adolfino! —le devuelve el saludo. Menciona el segundo nombre para molestarlo, puesto que sabe que él lo odia con todas sus fuerzas.

—¡Qué cabrón! Dizque “Adolfino” —se burla Jason, el tercer chico del grupo, y ríe a carcajadas porque sabe que eso le molesta. Adam se une a las risas que se expresan con sorna, ganando una mirada asesina de parte del mestizo.

—Ja, ja… ¡Qué gracioso! —contesta Ricky, su mejor amigo, con un tono sarcástico. De repente, sonríe malicioso y cambia de tema—: ¿A cuántas chicas les romperás el corazón en la uni?

«Estos amigos míos me hacen quedar como un cretino», piensa indignado.

—A ninguna. Esta temporada será diferente, ya que voy a sentar cabeza y terminaré mi carrera con honores; ya verán —responde airoso y muy seguro.

En ese momento, los dos chicos lo abuchean con sorna.

—Eso decías en la preparatoria —se burla Ricky.

—Miren quién viene ahí… —informa Jason de forma repentina, lo que rompe el hilo de la tonta charla anterior.

Por inercia, los tres jóvenes se voltean para admirar a Sandra, una compañera de la escuela que al parecer estudiará en la misma universidad que ellos.

En completo mutismo, el grupo contempla a la joven mujer, quien da la impresión de que camina en cámara lenta con sus pasos certeros y seguros mientras sonríe en dirección a ellos con aire de superioridad.

Sus piernas tonificadas, largas y bronceadas se encuentran a la intemperie, debido a que su falda ajustada no tiene suficiente tela para cubrirlas. Su cabello negro, lacio y brilloso se mueve de un lado a otro a la par con su andar grácil.

Sus labios son rojos como el carmesí y se ensanchan con coquetería; pero aquella vista fantasiosa les afecta a los amigos de Adam, menos a él, a quien la tal Sandra no le provoca ni el más mínimo deseo. 

—Hola, chicos —saluda ella con gestos coquetos que buscan llamar la atención de los tres jóvenes, en especial de Adam.

—¡Cómo me gustaría ser ese chicle! —exclama Ricky y se relame los labios.

«¡Qué patético!», exclama Adam para sí, como respuesta al piropo de su amigo.

—Ojos celestes, espero que me invites a tomar un trago un día de estos. —Ella se dirige a Adam con voz seductora, al tiempo que juega con un mechón de su cabello.

«Jamás...», niega él en su interior.

—Claro, un día de estos —responde con hipocresía.

—Esperaré ansiosa, bombón. —Le guiña un ojo. Esa acción es el detonador para que sus amigos celebren con palmadas, que le atinan a Adam en los hombros; silbidos y palabras imprudentes. Ella, por su parte, retoma su camino con aire de victoria.

—No sé qué le ven. Ni siquiera besa bien… —comenta Adam cuando la chica se aleja. De repente, él aprieta los labios al caer en cuenta de que habló de más.

—¿Te besaste con Sandra? —inquiere Jason con cierto reproche. Tanto él, como Ricky lo miran como si fuera el hombre más afortunado del mundo, aunque la envidia denota en sus expresiones.

«Pues sí... Creo que hicimos un poco más que besarnos», contesta en su mente lo que no se atreve a pronunciar con sus labios.

—No, ¿cómo creen? Sandra es del pueblo. Liarme con ella sería como si me tirara a una celebridad —miente con descaro.

—Pues tú eras algo similar a una celebridad en la escuela… —responde Jason. Adam deja de escucharlo porque su atención se enfoca en otra dirección.

De un momento a otro, el chico rubio siente como si todo a su alrededor se tornara borroso y los sonidos desaparecieran. Se queda helado y en completo mutismo, de igual manera, mantiene la boca abierta y peligra en salírsele las babas.

Y sí, la culpable de su estado atolondrado es una chica, quien camina distraída mientras abraza contra su pecho a un libro grande y que, al parecer, no le cabe en la mochila que lleva sobre su espalda.

Le llama la atención su semblante tímido y pasos inseguros, como si fuera un cachorro asustado y perdido. Adam detalla a la desconocida con fascinación y se lame los labios por instinto al gustarle todo lo que ve en ella: El cabello color chocolate que cae perfecto por debajo de sus hombros y sus ojitos cafés que miran el lugar con admiración.

Él se entretiene con los pasos vacilantes de la chica, su porte inocente y la manera cohibida de evitar cruzar miradas con las demás personas.

«¡Qué niña tan rara!», piensa sin dejar de observarla, «Pero sus labios son lindos», aprecia.

 Para él ella es la perfección encarnada, aunque no cumple con los estándares de belleza al que está acostumbrado, ya que sus piernas son cortas y llenitas, su rostro no lleva maquillaje y su figura curvilínea no luce esbelta ni con pechos perfectos. Sin embargo, aquel vestido que termina por debajo de sus rodillas y que, combina con el rosa natural de su boca, resalta un cuerpo delicado y agradable a la vista.

«¿Qué rayos me está sucediendo?», se cuestiona asustado, debido a la ola de emociones que lo embarga.

Es la primera vez que tiene ese deslumbramiento por una chica y que el corazón le late tan fuerte por una extraña.

—Oye... —Ricky lo sacude para traerlo de vuelta a la realidad—. ¿Estás bien?

«No creo que esté bien, algo raro me pasa», piensa, pero las palabras se le quedan atascadas en la garganta, así que no logra mencionarlas y el silencio se impone.

 Después de unos segundos en letargo, él se frota las sienes con brusquedad y parpadea varias veces antes de articular una respuesta.

—¿Por qué lo dices? —pregunta, atolondrado.

—No lo sé, tal vez sea por tu cara de bobo —responde obvio y con tono sarcástico.

—Y creo saber la razón —asegura Jason con expresión divertida.

Los nervios de Adam incrementan, en el momento en que ve a su amigo dirigirse en dirección a la dueña de su trance.

«¿Qué rayos está haciendo, Jason?», se pregunta aterrado cuando este empieza a hablar con la desconocida.

Con una sensación extraña en el pecho, también con las mejillas sonrojadas, decide no darle importancia a esa niña ni a la malicia de su amigo; por tal razón, se aleja de ellos y entra a la institución educativa con el objetivo de buscar información acerca de dónde se dará la orientación.

***

El día transcurre entre charlas y búsqueda de aulas para las primeras clases. Aunque los tres estudiarán diferentes carreras, comparten las primeras materias en el pensum, dado que son asignaturas generales para todas las profesiones.

En una de sus sesiones, él vislumbra a una chica de cabellera marrón y ojos color café entrar al aula. Con pasos tímidos, ella busca un asiento en un lugar donde pueda ver bien la pizarra y no se distraiga con facilidad.

—Jason, cambia de lugar —le ordena Adam en un susurro ansioso.

—No, estoy bien aquí —se niega su amigo, quien se enuentra sentado a su lado derecho y Ricky al izquierdo.

—Cabrón —profiere ante la negativa de parte de él. Adam nota que la chica ha escogido un lugar con la mirada y que se dirige hasta allí—. Ricky, busca otro asiento —comanda con desesperación, al notar que la muchacha está llegando hasta su objetivo.

—No, puto. Si quieres sentarte junto a esa niña, busca otro sitio. De todas formas, ya se ha sentado y no creo que sea de esas chicas que ceden a todo lo que pides, como para pararse de su asiento solo porque tú le digas. Deja de joder, ¿sí?

—No he dicho que es para cedérselo a esa niña rara y poco atractiva. ¿Me ves cara de pendejo como para liarme con una chica como esa? —Las palabras dejan su boca sin antes meditarla y todo porque la alusión de su amigo, muy certera, por cierto, lo ha puesto nervioso.

La clase le parece entretenida e interactiva, muy diferente a la secundaria, por lo que siente que el tiempo pasa muy rápido.

Cuando la sesión finaliza él observa a la joven recoger sus cuadernos y entrarlos en su mochila. Una vez ella se la engancha en la espalda, agarra su libro y se va. Un vacío doloroso se le instala en el pecho y la boca se le resaca, debido a la ansiedad que la ausencia de aquella extraña le provoca.

***

Después de llegar a casa y atacar el refrigerador, Adam va por su patineta y se dirige al parque donde suele reunirse con sus amigos. Allí conversa con ellos por unos minutos y luego se va directo hacia las rampas.

El recuerdo de una joven tímida y cohibida se le instala en la cabeza, y es el impulso para querer sentirse poderoso en ese momento.

—Demonios, nunca antes me había sentido tan vulnerable como hoy —masculla para sí mientras camina en dirección a su objetivo—. Quizás todo se deba al estrés de esta nueva etapa en mi vida y toda la responsabilidad que el cambio acarrea. Tengo tanta presión sobre mis hombros que a veces no sé cómo lidiar con ello. Sí, debe ser esa la razón para estar actuando como un tonto —se autoconvence.

Sus pasos por el pavimento se sienten pesados, asimismo, el corazón le late con agitación y su respiración se torna caótica cuando se ve en la cima. Ese es un momento muy de él, donde es libre y siente que puede volar, así como Superman.

Este es su viaje al país de las maravillas, donde no existe el dolor ni la confusión. Donde puede ser él mismo y no tiene que estresarse para lograr los objetivos de otros. En esta vida imperfecta y llena de conflictos, éste es su escape a la libertad.

—Aquí voy —dice con emoción. Toma una bocanada de aire y mira a su alrededor y a los presentes, cuyas miradas están expectantes a su hazaña, puesto que todos conocen su destreza con la patineta—. Este es mi momento, es mi hora de volar…

El viento le acaricia el rostro y su cuerpo es empujado hacia abajo.

—¡Niña fea, tú no me atraes! —vocifera mientras resbala por la rampa. Hace varias piruetas antes de dejar la altura y vuelve a deslizare por la superficie plana.

Los aplausos le confirman que sus piruetas le han quedado mejor de lo que esperaba, lo que provoca una sensación de grandeza en él. Como respuesta a los elogios, sonríe airoso y hace saludos reverenciales. Todavía la adrenalina le circula por su sistema, así que se encuentra eufórico y lo demuestra con gritos y gestos exagerados, que hacen suspirar a las chicas y contagia a sus compañeros. Como resultado, otros jóvenes se deslizan por la rampa y muestran sus mejores piruetas y técnicas.

—¿Cómo lo haces? —lo aborda una chica a quien no había visto antes allí.

—Si te soy sincero no sé cómo lo hago, ya que no es algo que planeo con anterioridad. Yo solo me dejo llevar por la adrenalina, así que las piruetas y movimientos fluyen por instinto —responde airoso.

Le encanta ver la admiración en los demás porque eso lo hace sentir importante. Aunque a veces él mismo se pregunta cómo lo logra.

Siempre está presente ese pequeño temor a caer o a no hacerlo bien; sin embargo, en el momento en que pone el pie en la patineta, todo lo demás deja de existir y se vuelve uno con la rampa y la altura.

—Eres increíble —alaba ella con coquetería—. Me gustaría invitarte a una bebida, ya que debes estar sediento.

Él la mira de arriba abajo y sonríe pícaro mientras se remoja los labios con una alusión morbosa.

—Me parece genial. Luego podríamos ir a un lugar más tranquilo, solo tú y yo. ¿Qué dices? —propone seductivo.

—¡Sería genial! —chilla emotiva. Se sonroja al caer en cuenta que ha sido muy obvia, pero se derrite por dentro al ver la sonrisa ladina de parte de él, quien luce muy sensual con esa expresión maliciosa.

Ellos se dirigen a una cafetería cercana y, después de hablar un rato, este la lleva al cine donde hacen de todo, menos ver la película.

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