Capítulo 1: El sacrificio

El dolor sigue expandiéndose por mi ser mientras que mi realidad sigue tiñéndose de tonos oscuros que me nublan la visón y cortan mi respiración. Con una gran tristeza y con la vergüenza circundando mi rostro vuelvo a ver tras mi espalda los límites de las tierras de los aquelarres, allí donde nací y crecí, donde lo di todo y de igual manera lo perdí todo. Una lagrima pequeña, delgada y colmada de sentimientos recorre con dolor mi pálido rostro hasta que un empujón de uno de los guerreros del reino de los hombres lobo me hace ver hacia adelante, hacia mi próximo presente, ese que me aguarda con sorpresas y desafíos que pondrán a prueba mi valor y mi esencia. Sin poner mucha resistencia camino al ritmo acelerado de los soldados quienes ni siquiera se atreven a verme, pues mis ropas son llamadas inapropiadas en la alta sociedad de Frunbor, usar ropas ligeras y delgadas no es bien visto, lo adecuado es usar esponjosos vestidos con bordados sutiles y delicados. Así que pronto tendré que llevar apretados corceles y tener que peinarme con glamurosos peinados, pronto todo lo que para mí es normal será solo un anhelo entre un mundo de estrictas conductas que disciernen de mi actuar salvaje y libre, porque así somos las brujas, seres salvajes que nos importa poco las normas de conducta y las etiquetas a la hora de vestir pero ya no pertenezco a ese mundo, ahora estaré bajo el mando total y absoluto del rey alfa. Un sentimiento de asco y repulsión se expande en mi ser mezclándose con el dolor al imaginar lo que va a ser mi vida de ahora en adelante y es ahí donde un solo rostro se alza en mis pensamientos recordándome que no puedo oponerme, debo cumplir con mi destino para cuidar de lo poco que me queda.

De un momento a otro los guardias se detienen haciendo que mis ojos verdosos se alcen y admiren la grandeza del gran Castillo Lunar, el lugar de residencia del rey alfa. Mis ojos ven como aquel lugar desborda en lujo y elegancia, las altas torres no hacen más que estilizar mucho más la gran belleza del castillo que cuenta con grandes ventanales y con toda una muralla de roca y acero que hace que cualquiera recuerde que allí habita un rey, uno fuerte y bestial. Otro empujón hace que mi sangre se caliente un poco gracias al malestar que me produce que me traten como un animal, pero nuevamente recuerdo el por qué estoy acá y simplemente bajo la cabeza frustrada y dolida, es lo único que puedo hacer. La caminata continua rodeando el castillo hasta que llegamos al ala sur, allí entramos por un gran portón decorado con hermosas colgaderas floreadas, ante mis ojos se encuentra un gran salón vacío y luego unas hermosas escaleras de madera en forma de caracol; los guerreros me hacen subir por ellas hasta llegar a un hermosos salón decorado con ostentosos muebles y esplendidas flores de todos los tamaños y colores, allí sentada en una silla esculpida en oro puro, una señora enfundada en un lujoso vestido de color carmesí que resalta sus pechos y su suave piel, me observa tratando de atemorizarme mientras me analiza con el ceño fruncido, como si lo que viera no tuviese ningún sentido, como si mi existencia sea tan insignificante que el mirarme fuese una pérdida de tiempo.

— Gran reina madre, aquí está la joven entregada por el aquelarre central. — uno de los guerreros habla mientras mantiene una inclinación bastante profunda, en ningún momento los guerreros se permiten ver más allá de los pies de la misma, por el contrario, mi rostro se mantiene impasible con el mentón alto y la mirada neutra ya que no es bueno dejar que otros seres vean la miseria de mi alma. — La muchacha no hizo ninguna objeción y se mostró calmada.

— Retírense y avísenle a la señorita Bolgoña que la bruja ha llegado. — los guerreros se voltean sin perder la inclinación de sus cuerpos y luego se enderezan para desaparecer por las escaleras, la señora vuelve su vista al bordado que hay en sus manos y con suavidad sigue cosiendo la hermosa tela color blanca que sostiene entre sus manos. De repente unos pasos pesados y rápidos se escuchan por la escalera, al llegar hasta arriba se detienen y siento como un pequeño respingo sale de quien se encuentra detrás de mí.

— Mi señora —  una mujer regordeta y con mirada audaz me adelanta y saluda a la señora al frente nuestro con una pequeña reverencia. —  yo me hago cargo de ella, pierda usted cuidado, la educaré bien.  

La señora ni siquiera alza la mirada ni da una contestación, pero sé que a ese tipo de actitudes debo acostumbrarme, los nobles no son conocidos por ser seres cariñosos ni condescendientes, por el contrario, su arrogancia y su soberanía son su escudo y carta de presentación. La sirvienta me mira con enfado y me toma del brazo fuertemente sacándome de aquel salón para bajar con velocidad las escaleras, después me conduce por el vacío salón hasta llegar a otras escaleras de mármol fino que llevan a un pasillo largo con varias puertas, al fin la sirvienta se detiene frente a una puerta alejada de las demás, allí me arrincona con soberbia mientras sus ojos cafés parecieran arder de rabia pura.

— Escúchame bien, bruja. Aquí existen normas que debes cumplir, la primera y más importante es que entiendas que no eres nadie y por lo tanto no puedes mantener ese porte de arrogancia y desafío, eres una simple concubina, debes actuar como una mujer culta y educada que conoce su lugar en la pirámide social. — con brusquedad me empuja hacia la puerta. — Entra ahí, traeré a la doctora para que te examine antes de que lleguen las demás, más tarde me encargaré de enseñarte a ser una señorita digna, aunque no sé qué esperar de ti, al fin de cuentas, eres una salvaje oscura.  

Sin más se va dejándome con el corazón latente en coraje puro, cuanto quisiera poder romper mi palabra y demostrar quién soy en realidad, mostrarles porque deberían temerme, pero hacerlo significaría perder el ultimo rayito de amor y de luz que queda en mi vida porque, sinceramente, no sé si pueda aguantar otra perdida, no sé si quiera si puedo vivir con este dolor que quiere consumirme por completo. Con los puños apretados y tomando una profunda inhalación abro la puerta encontrándome un gran dormitorio con delgadas y delicadas camas vestidas con telas finas y delicadas, hay al menos unas veinte camas distribuidas en hileras iguales desde la entrada hasta el comienzo de un modesto balcón que, por lo que alcanzo a ver, deja ver un jardín. Cada cama tiene una mesa pequeña a su lado donde residen hermosos jarrones con flores que le dan vida a este lugar, al lado de la puerta de la entrada se encuentra un espejo largo, allí me detengo y me observo, detallo mi rostro con rasgos afilados que me dan un toque estilizado pero al mismo tiempo autoritario, mis ojos verdes lucen apagados, más de lo normal, bajo ellos hay grandes ojeras que hablan de mi estado de ánimo estos últimos nefastos días. Desciendo más mi mirada y detallo mi cuerpo cubierto por una camisa negra de mangas largas y sueltas, mis piernas son tapadas por una falda ligera color café que llega hasta el suelo y se arrastra por él; aunque mis ropas me cubren la mayor parte del cuerpo no quiere decir que no se entrevean algunos de mis tatuajes, esos que hablan de mi pasado y de mi vida, que guardan historias y enseñanzas, esos que me recuerdan quien soy y que atraen la protección de la naturaleza hacia mí, hacia su sierva.

Al trascurrir no más de unos cuantos minutos escucho unos pares de pies antes de que la puerta de la habitación se abran dejando ver  a la sirvienta regordeta siendo seguida por una mujer modesta que camina con un pequeño bolso en sus manos, sus ojos cafés no transmiten más que seriedad.

— Alexandra, ella es la concubina de nuevo ingreso, revisa que venga libre de cualquier enfermedad y que sus condiciones sean aptas para permanecer en este lugar. — Sin decir más, la prepotente sirvienta se va de la habitación dejándome sola con la doctora que procede a dejar su bolso en una de las camas y caminar hacia mí.

— Siéntese en una de las camas.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo