La confesión.

Cuando Laura entró, Martín, aún molesto, recogía los objetos que el padre de Bárbara había roto en su arrebato. El sonido del vidrio roto resonaba en la oficina, y la frustración se reflejaba en su rostro. Al ver a Laura, asumió de inmediato que venía a presentar su renuncia nuevamente.

—Como puedes ver, no estoy ni de humor ni tengo tiempo para hablar de tu renuncia. Déjame, por favor —dijo, mientras recogía dos libros que colocó con gesto enojado en el estante, como si cada movimiento fuera un recordatorio de su creciente descontento. Laura, sin inmutarse, le entregó los documentos que llevaba en la mano. La tensión entre ellos era palpable, como si el aire estuviera cargado de electricidad.

—Solo vine a traerte estas listas. Necesito que las revises y las apruebes. Solo así podré enviar a los modelos pertinentes a Houston para el comercial —dijo, mirándolo con sospecha. Su voz era firme, pero tras esa fachada había una chispa de preocupación.—¿Por qué tú y tu suegro discutían así?
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