Mi amor platónico

—Ya es demasiado, no soporto tus gritos, no mereces estar aquí, entiende de una vez que no te amo, no sirves para nada más que dar lástima y asco, no quiero tenerte cerca, me recuerdas que eres una mujer inservible.

No fue suficiente la humillación que me sujeta del brazo y me arrastra, me saca de mi propia habitación, de mi casa. Lucho y grito para que me suelte, pero él hace caso omiso.

—No me puedo ir, esta es mi casa.

—Oh, sí, verás como te saco y que bueno que me animo hacerlo ahora porque ya me tenías al borde de la desesperación.

Llegando a la puerta él no dudó ni un segundo y me lanzó a la calle, sin importar el frío que estaba haciendo, aún me encontraba en paños menores.

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Duré media hora llorando, gritando y rogándole que abriera la puerta. Todo fue en vano, él no tuvo piedad de mí, ni un poquito. Me estaba congelando y al sentir que parte de mi cuerpo morían me levanté donde estaba arrodillada y corrí hacia mi auto. Recordé que dentro del auto siempre he dejado una llave y que en la cajuela tengo ropa, todo por si surge una emergencia, jamás imaginé este tipo de emergencia.

No fui con los vecinos porque sus casas quedaban lejos de la mía y jamás llegaría, por lo que la nieve me congelaría hasta desmayarme.

Mientras mi cuerpo temblaba y mis dientes rechinaban me apresuré a buscar la ropa en la cajuela, lo primero que vi me lo puse para luego correr y adentrarme al auto. En ese momento recordé que debía apresurarme porque él me quitaría el auto si descubría que me lo llevaría.

Todo fue en cuestión de segundos, mis lágrimas se congelaron, pero las ganas de salir corriendo de aquí no. Encontré las llaves de mi escondite y lo puse en marcha hasta terminar en la primera gasolinera que se me presentó.

No tenía mucho dinero, pero eso no era impedimento para salir del auto y sentarme dentro del local donde no fallan las bebidas, ya que tenía que pensar en dónde ir, ya que la única casa que tenía me ha echado como un animal.

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—Oh, se me ha pasado el tiempo, las una de la madrugada y hace falta una botella más de cerveza —llevo mi mano hacia mi boca, las palabras se me salen y no las digo en voz baja—, na-ah, al diablo todo.

Noooo... No puedo mandar todo al diablo, es que ese hombre no es cualquier persona; me prometió matrimonio y juró ante el padre que me amaría, respetaría y cuidaría hasta que la muerte nos separara, pero... ¡Me ha engañado!

Necesito una explicación, él me tiene que decir dónde quedaron los siete años de matrimonio, en qué momento me dejó de amar y por qué me cambió.

Es que no puedo asimilar las cosas, de la noche a la mañana ya no valgo nada para él y tampoco luego que me haya entregado en cuerpo y alma. ¡Le entregué toda mi vida! No es justo que en todo este tiempo él haya estado fingiendo. Y ahora de la nada me confiesa que siempre ha sido infeliz.

Cómo me duele, cierro mis ojos y sin poder evitarlo me suelto a llorar. Agarro la botella y con todo el dolor la empino hasta acabarme la última gota.

Al quedarme sin bebidas decido levantarme, arrastro la silla hacia atrás y trato de acelerar mis pasos a la salida, debo llegar al auto, el local se llenará y ya no tengo dinero para pagar más bebidas. ¡Dios! Mis piernas tambalean y no puedo tener un buen equilibrio. Eso es porque soy mala tomando, la ansiedad y el dolor me han convertido en una mujer ridícula por llorar por un hombre que jamás la quiso y valoró.

—¿Para dónde vas muñequita? —a pocos metros de llegar a mi auto, un grupo de hombres aparecen de la nada, parpadeo un poco e intentando verlos bien, ya que la mirada me está fallando y no se diga de mis piernas.

—A mi casa —miento, quiero que me dejen en paz.

—¿Eso crees? Buenas noticias, creo que mi casa es tu casa —alza su mano posándola en mi quijada.

Cierro mis ojos e intento respirar para no desmayarme, debo gritar y pedir ayuda.

—Ya, apresúrate, llevémosla en el auto y luego puede jugar si quieres, pero aquí no —dice uno de ellos.

¡No!

—¡Cállate!

No, no quiero que discutan porque eso provocaría una pelea por mi culpa.

—Sí, porque puede aparecer un salvador —escucho una voz de mujer que resuena detrás de mí—, solo mírala, está tan perdida que ni sabe cómo se llama.

—Muñeca, ¿qué haces tan solita? ¿Quieres irte conmigo? Dique sí, muñeca, no me hagas enojar —trago grueso al sentir las yemas de sus dedos deslizarse por mi piel.

Tengo que buscar la forma de escapar.

~Leonel~

—¡Detente! —ordeno en el instante que veo como un grupo de hombres tienen acorralada a una mujer.

Sin repetirlo el que conduce el auto se detiene y por seguridad se comunica con los demás escoltas que están delante y detrás de nosotros.

Decido bajar del auto, pero antes que ceda un paso fuera del él, mis hombres ya se encuentran afuera con el único propósito de asegurar la zona. Mi mano derecha me da la señal y yo en menos de tres segundos estoy completamente fuera del auto.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritó—, por favor, no me hagas nada.

—¿Qué esperan? —exclamé con furor, llamando la atención de los infelices.

Los hombres que trabajan para mí rodean al grupo de ineptos, ¿cómo se le ocurre querer abusar de una chica frente a una gasolinera? Menos yo debería de estar aquí, pero hoy he tenido una noche de perros y quiero desquitármelo con ellos, de paso salvar a la chica que no sabe que está en un sitio peligroso.

Ellos alzan sus manos y sin esfuerzos empiezan pidiendo piedad a lo que me pareció gracioso.

Mientras mis hombres los tenían en la mira, voy hacia la chica que sigue tirada en el suelo.

Está temblando del miedo, del frío, del dolor, del asco por ser tocada sin su consentimiento. ¡No puede ser! Si no hubiese llegado a tiempo ella...

Alejando todos los pensamientos, inmediatamente me quité el blazer y la cubrí con cuidado. Ella retrocedió con miedo y confusión, sin saber qué estaba pasando. Me tensé al sentirme rechazado, pero no me rendí, lo intenté de nuevo.

—No te lastimaré —susurro. Relajo las fracciones de mi cara.

—Por favor... —y lentamente se desvaneció en mis brazos

Al escuchar más claro su voz se me agrandan los ojos, de la impresión y sorpresa. Mi corazón se estruja al verla muy frágil; la misma chica que un día se apoderó de mi corazón, la misma chica que me desafío con la mirada y la misma qué me dijo que era un hombre de temer, pero a la vez de querer.

¡Anni!

Luego de que sus padres fallecieran en un accidente, perdí contacto con ella. Anni es mi amor platónico de la secundaria.

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