Aiyana, tenía las dos manos sumergidas en el río en espera de un buen pez hasta que la consiguió, todas ellas comenzaron a sacar peces que atrapaban y los ponían en las cestas a sus espaldas.
—Que no se les escape ninguno —les decía Aiyana, a cada nueva captura, las alentaba a continuar y a sentirse satisfechas con sus logros.
Sin preocuparse por otra cosa se concentraron en su labor mientras los niños trataban de atrapar peces a su manera, imitando los movimientos de su madre y su tía que poco a poco llenaban sus cestas.
Ensimismadas en lo que hacían no se dieron cuenta que eran observadas por unos lujuriosos vaqueros que, montados en sus caballos se acercaban poco a poco al río. Eran tres jinetes con un claro aspecto de malhechores, sus vestimentas denotaban que eran pistoleros, llevan puestas gruesas chamarras de piel, sombrer