Perseguida 2
El estado de Ileana alarmó sobremanera a Nadia, quien soltó lo que quedaba de su baguette y ayudó a Ileana a ponerse de pie. Tomó una de sus frías manos y la abrazó por los hombros con su otro brazo para encaminarse al baño de mujeres, para que se echara un poco de agua. Así estuvieron un buen rato en lo que Ileana se calmaba, pero aquel estado de la chica parecía ser interminable.

—Ileana, no sé qué es exactamente lo que pasa, pero ya no debemos estar aquí. Debes ir a casa a descansar —sugirió Nadia, aún ayudándola a sostenerse.

—Sí, creo que tienes razón —contestó con la respiración fuerte—. Vámonos y perdóname por hacerte pasar este mal rato.

—No hay nada qué disculpar, estoy para ayudarte. Vamos al auto, si quieres yo manejo —sugirió con preocupación e Ileana asintió.

Nadia soltó a Ileana para ver si podía caminar. Al ver que podía hacerlo de manera decente, se limitó a ir a su lado, por si su estado empeoraba. Ileana procuraba ver hacia el frente, porque juraba que a donde vol
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