Caminé hacia ellos empuñando aquella grande y pesada espada. No me detuve, jamás titubeé, ni siquiera parpadeé para no distraerme ni un segundo. Levanté sobre mis hombros la brillante hoja de metal atravesando a mis primeros dos adversarios por el pecho, mientras los demás volteaban atrás al escuchar los quejidos. Ambos cayeron al suelo heridos, jadeando, implorando por sus vidas.
Dos más se acercaron a mi con malas intenciones, sacaron sus espadas e intentaron herirme sin importar quién fuese yo. Mala elección, yo era todo un maestro de la capoeira, mis rápidos y hábiles movimientos los confundían.
Pateé a uno por debajo de sus piernas haciéndolo caer, me acerqué y apunté con la punta de la espada mirándolo fijamente a los ojos, su rostro tenía una expresión de miedo. Me temía, sabía lo que haría con él, solo le daría su merecido. Una voz entre cortada me interrumpió llamando mi atención.
- ¿E-es usted... Príncipe? - Preguntó el sujeto a mis espaldas balbuceando. Podía sentir su mied