Katlyn estaba destrozada, su rostro estaba lleno de lágrimas mientras caminaba de una esquina a la otra en el hall de la mansión que compartía con Sebastián.
No le importaba que su esposo matara a Alan, todo sería mejor si ese hombre estuviera muerto, pero lo que la rubia temía era que fuera al revés. El menor de los Aller podía ser tan sádico y despiadado que temía que venciera a Sebastián.
Habían pasado horas y lo peor de todo era que Sebastián no contestaba el teléfono.
Estuvo a punto de ir a buscar a su esposo cuando escuchó que la puerta de entrada se abría y corrió al encuentro de su amado.
-¡Sabastián!- lloró- Realmente creí que….
La rubia no pudo continuar con su frase, porque apenas la puerta se abrió se encontró con un hombre que no era su marido.
-¿Qué haces aquí?- gritó asustada y chocándose con la un mueble cuando intentó alejarse lo más que pudo de ese hombre siniestro. -¡No puedes estar aquí! ¡Vete maldito enfermo! - gritó en un mar de lágrimas, mirando hacia todos lados