Gabriela se quedó sin palabras.
Su agarre al volante se tensó.
Gabriela, respondió suavemente: —Sí.
Su voz era tenue, pero Rodrigo pudo escucharla claramente.
Una leve sonrisa se formó en la comisura de sus labios.
Cuando regresaron a casa y se fueron a dormir, Rodrigo la abrazó.
Su cuerpo estaba muy tenso.
Rodrigo sintió que estaba abrazando una piedra cálida.
Ella estaba tan rígida que Rodrigo decidió hablar con ella para distraer su atención: —Gabriela, ¿sabes cómo manejé a las familias del subdecano?
Gabriela preguntó: —¿Cómo lo manejaste?
—El subdecano tenía un solo hijo, y su esposa y él valoraban mucho a su único hijo. Hice que perdiera su trabajo; la empresa donde trabajaba lo acusó de revelar secretos de la compañía, lo que lo expondría a demandas y juicios. Difundí la noticia de que fui yo quien hizo esto. Hoy, la esposa del subdecano vino a verme y me suplicó que perdonara a su hijo. Le dije que si volvía a meterse contigo, haría que su hijo no tuviera lugar donde esconderse